Por: Laura Martínez
Mientras empresarios, comerciantes y ciudadanos han salido a marchar para solicitarle ayuda humanitaria al Gobierno local o la posibilidad de abrir sus negocios, en inmediaciones del parque Andrés López de Galarza, donde un importante número de mujeres dedicadas al trabajo sexual, viven entre el silencio, la angustia y la incertidumbre por lo que pueda ocurrir con el nuevo coronavirus.
La orden de aislamiento social, cuando sus ingresos económicos dependen justamente del contacto físico, se convirtió en la desdicha de estas trabajadoras sexuales, que viven un drama en silencio. Algunas de ellas, que son madres, hijas o hermanas, accedieron a contarlo a Q’HUBO.
La procesión va por dentro
Con el cierre de los bares y el miedo de sus clientes al contagio por el Covid-19, las trabajadoras sexuales de Ibagué viven una profunda crisis.
Antes de que el virus llegara a la ciudad y con él todas las restricciones posibles, se ganaban cerca de 100 mil pesos al día por ofrecer placer y compañía, sin embargo, ahora no tienen ni para comer, según contó Jazmín, quien ofrecía sus servicios en negocios ubicados en el Centro de la Ciudad.
“Hay hombres que salen corriendo cuando nos ven porque aquí la gente está asustada. Para completar, no hemos recibido ningún tipo de ayudas. Cuando recién se ordenó que nos quedáramos en las casas, el Alcalde vino y nos hizo llenar unas encuestas con las que se comprometió a darnos mercados mientras pasaba todo esto, pero llevamos dos meses sin recibir nada. Nos dieron un mercado y nos dejaron abandonadas”, comentó la caleña, quien se dedica al oficio desde hace 10 años.
‘Jazmín’, cómo se hace llamar en sus jornadas laborales, mencionó, además, que le adeuda a la dueña de la residencia en la que vive 120 mil pesos y que, al no poder trabajar, teme que la saquen del sitio en el que ha pernoctado por más de ocho meses.
“Es injusto porque nosotras somos invisibles para la sociedad y uno siente que las ayudas no siempre llegan a quienes más la necesitan. Aquí hay mujeres que no han podido ofrecerle a sus hijos la alimentación que es y por más que intentamos salir a trabajar, no conseguimos nada. En cambio, sabemos que los transexuales han recibido más apoyo que nosotras”, señaló la mujer de 40 años.
Se la rebuscan
Antes de tomar la decisión de usar su cuerpo como ‘herramienta’ de trabajo, ‘Jazmín’ trabajó en zapaterías, almacenes e incluso, aprendió a hacer peinados. “Coloqué un anuncio en Facebook ofreciendo el servicio de peinados, pero tampoco salió ningún cliente porque por más que las peluquerías estén abiertas, la gente no entra porque no hay plata y menos para hacerse peinados. Por mi parte, estoy desesperada, me siento enferma y cada día que pasa es una preocupación más porque pienso que la señora va a venir a pedirme la pieza y voy a quedarme en la calle”, aseguró. Al igual que sus compañeras de residencia optó por salir a vender dulces en tiempos de pandemia, pero ni así, le alcanza para su mínima supervivencia. “Si hay para medio comer no hay para pagar la estadía”, dijo.
Sin el plante
‘Andrea’, otra de las trabajadoras sexuales, es madre de un pequeño de un año de edad que está al cuidado de una señora y también le reveló a Q’HUBO su difícil situación. En su intento por conseguir recursos vendiendo dulces, le han quitado la mercancía.
“Tengo dos comparendos por no cumplir con la medida de ‘pico y cédula’, pero qué más puedo hacer si no tengo para comer. Hace un mes me quitaron los dulces en un semáforo y fueron casi 25 mil pesos los que perdí. Sin embargo, sigo saliendo porque debo 100 mil pesos aquí donde vivo y la escasez es tanta que no hay ni para una libra de arroz”, aseveró la joven de 21 años, la cual consigue entre 10 mil o 12 mil pesos diarios con la venta de confites.
Piden ayuda
Valentina es otra de las mujeres que cambió el oficio más antiguo del mundo por la venta ambulante, pero ni así la vida le sonríe. “Esta situación es muy dura y lo más complicado es que no sabemos cuándo va a parar. Lo único que tenemos claro es que de no salir a buscar para la comida, nos morimos de hambre porque aquí nadie nos viene a ayudar. Salgo a las 8 de la mañana a vender cigarrillos y dulces cerca a la plaza de la 14, donde vivo, pero las ventas están duras y además de pagar lo del arriendo y la comida, debo cumplir con los 20 mil pesos diarios que me cobra la familia que me cuida los dos niños”, afirmó la joven oriunda de Neiva.
Y es que, el anonimato al que se deben someter debido a su trabajo, les ha impedido salir a marchar o a protestar como cualquier ciudadano con derechos y deberes, que en medio de la crisis y la falta de trabajo, buscan un respaldo para poder sobrevivir, ya sea de los programas sociales del Estado o de la caridad.
“Aquí ninguna ha recibido los 160 mil pesos del ingreso solidario, tampoco estamos en Familias en Acción, y de la ayuda humanitaria que tanto mencionan, no hemos visto nada. Solo estamos pidiendo que nos tengan en cuenta como seres humanos y que no nos traten como seres invisibles”, refutó Andrea, otra de las mujeres que esperan en una residencia de la plaza de la 14 la colaboración de la ciudadanía y del Gobierno local para sobrellevar la emergencia sanitaria.
En cifras:
- 15 mil pesos diarios deben pagar las mujeres por el alojamiento en la residencia donde habitan.
- 53 trabajadoras sexuales frecuentaban los bares y calles en inmediaciones de la Terminal de Transportes de Ibagué y el parque Andrés López de Galarza.