Norma Bejarano. Psicóloga-Sexóloga.
Dentro de las presiones, dispositivos e imperativos de la sociedad neoliberal están el éxito, la felicidad, el rendimiento, el positivismo y la perfección. La publicidad, las redes sociales, y un montón de estímulos externos espolean a las personas constantemente en diferentes áreas; estos imperativos también las arrastran en materia sexual obstaculizándoles el camino hacia la satisfacción.
¡La perfección, los perfeccionistas y las disfunciones sexuales!
El filósofo Baruch Spinoza, manifestó en su ética: “los individuos no aspiran tan sólo a ser mirados (…) por los otros; aspiran sobre todo, a ser admirados por estos, a fin de que sean capaces de advertir la diferencia y la distinción”. Al buscar la perfección ambicionan ser admirados por contenerlo todo, y ser distintos, no dando pie a ser superados. El culto al estrellato erótico pone en el sexo un ideal y a la vez una imposibilidad. Querer ser insuperables o excepcionales amantes a toda costa, demanda y exige dar la talla en cada acto o conducta, cosa que resulta imposible, pues se cambia el valor del sexo, por un valor de exposición. Quien atiende a la perfección, o a su ‘ser’ perfeccionista en materia sexual para ser considerado un buen amador, genera todo lo contrario; su interior bulle cuando lo que se quiere demostrar a nivel sexual debe ser correcto; se exige tanto así mismo, tiene tanto miedo a fracasar, que el cuerpo batalla entre lo que es como persona y lo que quiere parecer. El sexo se rebela porque no encuentra espacio en la impecabilidad; los estándares perfeccionistas pueden facilitar la aparición de disfunciones sexuales ya que hace a las personas más rígidas, menos dispuestas a considerar opciones, generarles pautas obsesivas, etcétera. Así la parálisis por análisis les cobraría factura surgiendo la anorgasmia, la pérdida del deseo, la disfunción eréctil, la eyaculación precoz, la dispareunia, entre otras.
¡Sexo perfecto o imperfecto!
Cada cual llama sexo perfecto a lo que parece acomodarse al modelo universal o al discurso normativo. Y llama imperfecto a lo que menos se acerca a esa idea o creencia, por lo tanto, las personas juzgarán sus interacciones sexuales de perfectas o imperfectas en aras de un prejuicio. Sin embargo, reacomodar la noción de “perfección sexual”, surgirá desde la educación y el conocimiento para armar el propio criterio y que esta sea sostenible y alcance el esplendor deseado por cada quien desde un juicio autónomo sin convencionalismos o quimeras. Desde el punto de vista de la sexualidad, cualquier actividad puede ser placentera por sí misma, ya que al ser cualitativa podría generar satisfacción directa y suficiente. Lo dijo el psicólogo Albert Ellis: «(…) Si nos permitimos pensar que cualquier cosa que hagamos está bien, incluso aunque no sea lo mejor del mundo, entonces podemos enfrentarnos a nuestra sexualidad y tener relaciones sanas y satisfactorias».
¡El sexo imperfecto es satisfactorio!
El sexo no necesariamente es instrumental, puede obrar desde lo no productivo, lo infinito, inacabado, la carencia o lo variable. Desmontar los estereotipos de excelencia, aliviana o descarga a la persona y a su pareja de tener que cumplir objetivos o demostrar un alto rendimiento erótico. Sin expectativas ni retos se da paso a la vulnerabilidad; de las imperfecciones sale nuestro entronque con el otro, eso constituye un buen punto de encuentro en las relaciones porque sintoniza las fragilidades. El sexo nos permite desarrollarnos pero no tiene un fin, no es permanente o completo, o dejaríamos de proyectarnos, de explorar, de crecer, de desear, de tener devenires y placeres. Así el encuentro sexual será visto como imperfectamente satisfactorio, y no como un perfecto “desastre”.