Norma Bejarano
Psicóloga-Sexóloga
En este tiempo, parece difícil practicar la ataraxía, concepto griego que invita a la serenidad interior, y la despreocupación de los asuntos que angustian a hombres y mujeres, y que son ingredientes para disponerse a determinados temas, entre esos, los sexuales. Sin embargo, a la pareja, pese a los acomodos, rutinas y marchas que la mantienen más o menos constante, la constituyen dos fragilidades, por ende, las malas rachas (económicas) pueden afectar esa habitualidad o cotidianidad que había implantado. La estabilidad se ve enormemente amenazada y cada individualidad que compone esta referencia institucional, activará las ganas de exploración de otros territorios, pues el terreno donde habita le hostiga y le recuerda un caos de algunas maneras.
¡Otras posibilidades de existencia!
Cuando el panorama pesimista se infla, el deseo (por la pareja) se desinfla. Y cuando no queremos saber de algo, surgen, una tendencia infantil a “ser de palo y tener orejas de pescado”, o una neurótica, que es salir huyendo del entorno que nos genera el malestar para evitar confrontarlo. Repudiamos las amenazas, las inercias, y nuestros espíritus exploradores nos lanzan a colonizar otras islas donde podamos repensar la existencia en un escenario sin crisis. Esas aventuras, fantasías, ideas de escapar del “enemigo” nos llevarían, no a huirle a las ganas de practicar sexo, sino, de la pareja que es, donde parece, se sitúan las penurias.
¿Entonces, puede la crisis acabar con el sexo en la pareja?
No hay que dejarse engañar por la escalada anárquica de la economía. Hay que cuidarse de interpretar esta gigantesca “empresa inflacionaria” que invade la presencia desnaturalizando nuestro “contenido” auténtico como sujetos y como pareja. Hay que desconfiar de mensajes proféticos que hablan de acabóse, ruptura, ruina, desamor, hastío, y que dirigen a las personas a adaptarse a la represión y el malestar y no a rebelarse contra este. Siempre hay posibilidades, no todo está acabado, no hay que darlo todo por perdido. La pareja requiere adoptar un verdadero talento para prolongar los horizontes, distinguir sus sujetos sexuados de otros, resistir los modelos de inconformidad y por tanto, alzarse a lo turbio; querer ser ellas, a pesar de los pesares. Querer explorar (no con otros) otras rutas, de la mano del deseo y con este, las ganas de contemplar diversos escenarios y existencias compartidas.
¡”El sexo, un mal animal de carga”!
La explosión financiera, la proliferación de incomodidad en torno a un fenómeno, puede generar cambios profundos en las relaciones mutuas de los sexos que se traducen en dificultades sexuales; el sexo no lleva bien las cargas, las distracciones o interferencias. Esa sexualidad de pareja que antes era signo de fiesta o un factor de cohesión, se ve marcada por la decadencia y la dispersión individual de sus miembros. No hay peor antagonista para un encuentro sexual que la contaminación de las ‘noticias’ económicas, la angustia y el estrés. No se trata de generalizar pero sí de reflexionar al respecto. Finalmente aunque haya colectividades disociadas, no necesariamente han cortado sus lazos, o carecen de imaginación sobre el futuro, lo que les permite atemperar las pulsiones de insatisfacción. Aquí la erotización de la pareja es importante, este aspecto de estimular, motivar, gratificar, proyectar, etc., es una de las formas más consistentes, y en cierto modo la única, para volver a darle sentido y contenido a la situación. “La pareja (parafraseando a Amezúa), como empresa emocional conjunta, se hace por el deseo o no es pareja”.
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