Comerse un buen atasco antes de un concierto entra dentro de lo normal. Pero lo suyo es tirar el coche donde sea y adentrarse a pie en esa celebración colectiva donde todo el mundo canta, baila, salta, suda, sonríe, brinda, se abraza y, en última instancia, se libera.
Eso sería lo normal, lo conocido por todos. Pero como ahora todo es anormal por culpa del dichoso coronavirus, te tienes que meter al concierto sin bajarte del coche, que es en realidad una jaula de lo más incómoda y nada liberadora.
De modo que la sensación es la del atasco interminable que amenizas con la radio a todo volumen. Porque a eso suena un concierto en un autocine, en el que aunque el grupo esté en el escenario, el público les sintoniza a través de la emisora de radio del coche.
Sintonizas, pero no conectas. Y eso que, aunque la velada empieza timorata y desubicada, al final los 230 vehículos (con cuatro ocupantes como máximo) que llenan el Autocine Madrid Race en este BMW Drive In-Fest a beneficio del Banco de Alimentos parecen disfrutarlo en mayor o menor medida.
No hay tampoco una certeza de ese disfrute más allá de los claxons que suenan como si del festejo de un triunfo deportivo se tratara. Sí que hay quien lo goza y saca medio cuerpo por la ventanilla en busca de un poco de aire, tratando de bailar incluso en semejante escorzo, pero en otros coches los ocupantes permanecen sentados con frío estoicismo.
Cuatro horas en el auto
La tarde empieza con la apertura de puertas a eso de las 20:00 y un buen puñado de coches esperando pacientemente fuera. Mientras pincha Ed is Dead, poco a poco van entrando y colocándose con la orden de que nadie salga de su vehículo salvo para ir con mascarilla al excusado (nunca mejor dicho, pues esa excusa la usan muchos para estirar las piernas, darse un garbeo y al menos cruzarse con alguien).
Para cuando sale Marlon todavía es de día y el gentío no sabe muy bien cómo comportarse aplastado contra los asientos de los coches. No en vano, este es el primer concierto que se celebra en un autocine en España y es nuevo para todos. Algunos afortunados cuentan para la ocasión con descapotables, pero son los menos. Ellos sí que pueden decir que han estado en un evento al aire libre, pero no así el resto.
A base de ‘Tequila y Candela’ o ‘Mi Macarena’ se anima el gentío y esto se va pareciendo un poquito a lo que todos recordaríamos como un concierto, aunque es solo eso, un recuerdo. Porque un concierto en un autocine no es un concierto, es otra cosa aún por definir.
A través de la luna delantera parece todo una ensoñación borrosa que mejora cuando el personal decide subir el volumen de la radio a tope. Así, unos por otros, se genera el ambiente suficiente, aunque en unos coches la música suena antes que en otros por un retardo que, siendo mínimo, genera una sinfonía de la confusión.
Si no es a través de la radio, el escenario parece aún más lejos de lo que está, pues la potencia del sonido tampoco es la de un concierto al uso para evitar que el batiburrillo sea aún mayor. En cualquier caso, para cuando aparecen Rulo y La Contrabanda se genera cierta energía y el público lo pasa mal en general sentado y encerrado en estas jaulas con ruedas que nos separan a unos con otros.
Un detalle este último que se vende como ideal para que podamos asistir a conciertos en esta mal llamada ‘nueva normalidad’. Pero es que también se vende como si fuera de lo más cómoda, cuando la realidad es tozuda en lo contrario: duele el trasero, duelen los riñones y no es fácil encontrar una postura cómoda.
Para los músicos, incluso con la extrañeza de un público encapsulado, sí parece ser un concierto al uso y así Rulo y los suyos le pegan a su rock con ‘Todavía’, ‘Verano del 95’, ‘Me quedo contigo’, ‘Noviembre’ o el recuerdo a La Fuga con ‘P’Aqui P’Alla’ que saca a buena parte del público de sus coches con Rulo incluso bajando del escenario para buscar cierta cercanía. Un poquito de locura de nada.
«Benditos locos que se inventaron esto. Ya volveremos a abrazarnos, pero esto sabe como el mejor café o el mejor chupito», plantea Rulo sobre esta idea que resulta curiosa pero no muy afianzable a largo plazo. En tiempos de coronavirus hay que ser imaginativo y probar opciones y esa es la función de los conciertos en los autocines: ser una rareza pasajera, una solución de urgencia.
El público se viene arriba por el empuje de canciones como ‘Cabecita loca’ y ’32 escaleras’ y enloquece golpeando el claxon, dando las largas y aullando por las ventanillas totalmente bajadas en busca de aire. Así de raro y desconcertante es todo.
Han pasado casi cuatro horas desde la entrada al recinto y la experiencia ha sido nueva para todos. Disfrutable a su manera como escapada del confinamiento, como cierto regreso a lo que teníamos antes del coronavirus. Pero frío, incómodo y totalmente distinto a lo que recordamos como un concierto de rocanrol.