Norma Bejarano.
Psicóloga-Sexóloga.
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En “Diario de un seductor” el filósofo Søren Kierkegaard, deja una reflexión acerca de la seducción de los individuos estéticos quienes fijados en las apariencias, en la inmediatez y en el gozo, seducen para atraer y a la vez para aborrecer, tan pronto todo se les vuelve paisaje y costumbre. En esas formas de seducir llevados por ligerezas no hay un Eros de la seducción. Seducir así hace reversible el erotismo.
En nuestros tiempos parece que vivimos de pulsiones, engaños, y placeres. Decía Kierkegaard que “todo individuo que vive estéticamente es un desesperado, lo sepa o no”.
¡Una seducción fría y vulgar!
La seducción ha de ser “enigma” no estrategia, y ha de estar ajena a toda demanda de producción. La sociedad nos vende chocantemente cómo ser seductores infalibles en forma de tips, entrenamientos y catálogos. Casi todo su contenido está basado en la frivolidad estética (que no del arte), es decir, no hay una seducción genuina, sino una fría y vulgar llevada por lo estereotipado. Lo instrumental de la seducción se nos presenta como algo inmediato, libre de todo compromiso. La espontaneidad que la dirige obedece al instante y al interés egótico. Seducir bajo estereotipos y estrategias desplaza toda posibilidad de reflexión y sentido crítico del por qué, para qué, y cuál es la necesidad de seducir (constantemente).
¡La seducción seduce cuando no nos damos cuenta de ella!
«En “Esquite” nos hemos propuesto ayudarle con la ardua tarea de seducir» dice el titular de aquella revista. La seducción vista así es un juego sin libertad. Seducir no es asunto en serie por un motivo, y es que los sujetos no somos iguales. No todo lo que aparentemente seduce, nos seduce. La seducción inspirada en la publicidad y la estética no siempre seduce, pues la estética va tanto en un cuerpo con implantes y decoros y también en un cuerpo con cicatrices y heridas; es el sujeto y sus peculiaridades. En todo caso habría que hacer una comprensión entre estética y erótica pero en estos tiempos se vive un desplazamiento de esta última, pues el otro nos aparece como mera información.
Entre seducción y seducción hay un mar de posibilidades poliédricas de acuerdo con la subjetivación de cada quien. «Eso de ser y actuar de manera estándar es lo menos “seductor” del mundo. La sensación del “eso se lo dirás a todas”, es el gatillazo por excelencia de un prototipo mal acabado de seductor» nos recuerda Valérie Tasso. La seducción con performance no seduce, afecta la sensibilidad. No es más que un juego movedizo donde el ser del acto es desaparecer. La táctica de los y las ilusionistas. “Una trampa de las apariencias” dice Baudrillard.
¡La ética de la seducción!
La seducción es un juego de destino y no de azar. Los sujetos están ‘hechos’ para ser vividos, sentidos y compartidos. Las relaciones y encuentros son la expresión de su erótica y de sus deseos. Pretender ser “seductores infalibles”, con prontitudes infantiles de los deseos, seduciendo para atraer y luego aborrecer, sumando y haciendo constancias en la estética no es ética. Cuando llega el final, cuando la seducción se concreta y ya no se soporta más da paso al aburrimiento. Así, todo/a seductor/a, siempre se encuentra perplejo ante aquellas seducciones que le roban el corazón pero nunca el alma. Se aleja, huye y regresa a sus creaciones mágicas y a las trampas de las “infalibles” y perfectas escenas para su ‘existencia’.
Volviendo a Kierkegaard: «Muchos perseguimos el placer con tanta prisa que nos quedamos sin aliento y nos apresuramos en dejarlo atrás».
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