¿Es posible conocer todo de la pareja?

¿Qué será del devenir de aquellas parejas jactanciosas de saber todo del otro: “Él/ella no me oculta nada”… “todo nos lo contamos”… “lo conozco bien”, etcétera, etcétera?. Roland Barthes en “Fragmentos de un discurso amoroso” escribe: «Hacer del otro un enigma insoluble del que depende mi vida es consagrarlo como dios; no llegaré nunca a resolver la cuestión que me plantea; (…). No me queda, entonces, más que trastocar mi ignorancia en verdad. No es cierto que cuanto más se ama mejor se comprende; lo que la acción amorosa obtiene de mí es solamente esta sabiduría: que el otro no es para conocerlo; (…). Me sobreviene entonces esta exaltación de amar a fondo a alguien desconocido, y que lo seguirá siendo siempre: movimiento místico: accedo al conocimiento del no conocimiento».

Si el conocimiento total del otro se diera; si absorbiéramos la infinita interioridad de su ser a través de nuestras palabras, lo estaríamos dinamitando, dejaría de existir por sí mismo, y pasaría a ser nuestro objeto de estudio. La vanidosa pretensión de conocer al otro en su totalidad es producto de fantasías de fusión o control; intentar esto es espantar el deseo. No vamos a conocer nunca todo del otro, ni de nuestra pareja, y está bien, porque somos sujetos complejos y difíciles de definir. En el intento por descifrarnos  unos a otros nos hacemos la vida de cuadros y también la deserotizamos.

¡El mito de la media naranja!

Platón en el banquete, a través de Aristófanes, quiso explicar el origen del amor y atracción de los sujetos como seres cortados que se distinguen y se diferencian: Alteridad. Pero los románticos lo han tergiversado haciendo ver (de manera desarreglada) que para toda mitad hay otra mitad dispuesta a llenarla y completarla. Con la idea de la media naranja, la compatibilidad, el “eres mío/a” se subsume al otro; Eros se espanta, y dice “hasta aquí llegó”; el otro es irreductible. El reto y el riesgo de toda relación amorosa está en aceptar que el otro en cierta medida será siempre un desconocido. En Sexología sabemos que en cuestiones de amor y de pareja, uno más uno no son dos, sino tres. Y no hablo de intrusos, sino de los dos sujetos que la conforman, el tercero es la pareja.

Que el otro precise momentos de alejamiento, que requiera distancia y mantenga el misterio, no es necesariamente muestra de rechazo sino de la esencialidad del mismo sujeto. Es en ese “enigma”, en ese espacio bello donde surge la posibilidad para el deseo; en el misterio Eros se mueve. Dijo Simone Weil:  “amemos está distancia toda ella tejida de amor, de amistad, pues los que no se aman no pueden ser separados”. El deseo nace en la ‘ausencia’ porque esa cuidada separación es condición para que se sostenga entre los sujetos.  Por eso las relaciones fusionales son aniquiladoras del deseo, pues en esa compenetración Eros no puede respirar. Sin embargo, no todo es distancia, para que haya intimidad, compromiso, complicidad también hace falta la cercanía, entonces la pareja debe arreglárselas entre el acercamiento y el alejamiento, entre el desvelamiento y velamiento.

Una pareja es una interacción de dos que se seducen, se atraen, interactúan generando complicidad, sin anularse; ese es su hecho. Una pareja a partir de la atracción, vincula, crea y acumula historias que la van dando sentido de compartibilidad a la relación, más no de compatibilidad o completitud. Eros, el deseo, es una hiancia (abertura), y ahí está su potencia no llenándola sino bordeándola.

Norma Bejarano.

Psicóloga-Sexóloga.

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@normasexologia020

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