¿Es normal que quiera probar otras cosas en el sexo?

Norma Bejarano. Psicóloga-Sexóloga

«Respira el cuerpo y anhela el espíritu. Si todo fuera posesión todo sería descontento: siempre ha de quedar qué saber, algo en que se cebe la curiosidad. El deseo alienta». B. Gracián. 

Se suele preguntar frecuentemente qué es normal y qué no lo es… Las sociedades para desmarcarse de los sujetos que actúan diferente, que viven y sienten su sexualidad, o su erótica de otra forma y la alimentan con otras variantes, sigue designándolos como enfermos, raros, trastornados, anormales, y largos calificativos. Por ejemplo: cuando un sujeto decide en su habitación con su pareja otra acción que no copular, o no practicar un coito, sino, cortarse las uñas de los dedos gordos de los pies, luego lamérselos, y disfrutar con esto, no representa ahí ninguna anormalidad. Sin embargo, si esta persona le cuenta a unos amigos vecinos lo que hace, para esos vecinos ese desarraigo del orden natural les resultará, anormal o extraño, y ya en la sala de su casa se concluirán con un: «¡qué raros son Sofía y Joaquín!». 

¡La fascinación de probar! 

Tenemos más curiosidades que deberes. Esas ganas de probar «a ver que pasa», al meterle el dedo al enchufe cuando nos enseñan que no lo hagamos; al abrir el horno para ver cómo va el pan, así sepamos que se desinfla; cuando advertimos que por el camino largo no, porque nos asalta el lobo, es lo que nos parece atractivo. Transgredir la ley que nos somete, esto es, ese universo cerrado por donde transitamos, es una idea que nos libera.

¡Cada quien con sus maneras!

Cuando los sujetos nos abrimos hacia lo desconocido ya sea a través del arte, la creatividad o lo erótico, no quiere decir que seamos anormales, ni extraños, ni pervertidos, eso de lo que habla es de nuestras peculiaridades, este caso, peculiaridades eróticas; es decir, las maneras que tenemos para darle entrada a esa parte que conforma nuestra sexualidad, que constituye aspectos de nuestra humanidad y con la que realizamos la armonía dinámica de nuestra identidad. Nuestras maneras son lugares (como denomina Georges Dumézil), heterogéneos y necesarios para el orden social.

Nuestra sexualidad nunca está fija ni concluida.

Uno nunca está tan acomodado en la sexualidad como para quedarse como gárgola eterna en una construcción medieval. Nuestro deseo nos solicita de tanto en tanto probar algo nuevo, así haya habido plenitud en lo ya probado. 

Entre lo conocido y lo desconocido existe proximidad, también negación o repulsión, y generalmente atracción. La suspensión de nuestros mecanismos deseantes paralizan nuestra existencia. A nuestra condición sexuada y a sus procesos los fundamenta esto que se llama «probar». Una de las principales connotaciones de los deseos eróticos es la búsqueda de diversas formas de vincularse entre sujetos a través de las peculiaridades propias, y bajo el concepto de diversidad.

¡Nadie nos impide el empuje de probar!

Somos probadores aventureros y descubridores, pero no tan asilvestrados. Nos acompaña una escala de valores, una ética, la educación (ojalá) y sobre todo la capacidad para decidir, por lo que es poco probable (aunque pase) que nos desboquemos hacia algo que no hace parte de nuestras apetencias. 

Es decir, que si la manera de alguien de interactuar sexualmente está guiada por tomar una ducha, luego un vino, y hacer el amor entre sábanas de seda con su pareja, difícilmente resulte enganchada en una orgia. Aunque eso no le impide que a solas o también en pareja siga buscando lugares qué probar y donde reconocerse y sentirse cómoda. Nadie nos impide ese inquietante empuje de probar.

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“Uno nunca está tan acomodado en la sexualidad como para quedarse como gárgola eterna en una construcción medieval. Nuestro deseo nos solicita de tanto en tanto probar algo nuevo, así haya habido plenitud en lo ya probado”. 

“Entre lo conocido y lo desconocido existe proximidad, también negación o repulsión, y generalmente atracción. La suspensión de nuestros mecanismos deseantes paralizan nuestra existencia”. 

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