Norma Bejarano. Psicóloga-Sexóloga. IG@normasexologia020
¿De qué le sirve a una persona llevar muchas horas de vuelo (sexual) si no conoce lo esencial para resultar bueno en la cama?
Creerse alguien con experiencia sexual porque en su “haber” cuenta con tropecientas prácticas, solo deja ver que como persona ha creado rutinas y “técnicas” que despliega sin cesar y por doquier pero siempre de la misma manera, sea con su pareja o con otras. Sin embargo, el trato humano no debe hacerse bajo procedimientos o guiones, no al menos cuando de sexualidad se trata, por la sencilla razón; existe una individualidad. Cada persona es única en sí y se comporta de manera diferente. Como seres humanos somos elementos imprevisibles, y ante la posibilidad de establecer un encuentro erótico no es lo mismo ir con Raimundo que con todo el mundo.
Poca creatividad
Infortunadamente nos encontramos con personas que pretenden accedernos con ilegitimas habilidades. La misma secuencia de propuestas, mismo modus operandi para ir “a la cama”. Personas que han creado una rutina para interactuar sexualmente porque les ha funcionado en ciertos momentos, pero incapaces de actuar cuando se les acaba el libreto, cuando surge algo inesperado sobre las sábanas, o se topan con un partner de avanzada. Cuando alguien queda como “tabula rasa”, es incapaz de usar la creatividad, o acudir a la resolución de problemas, nos da crédito de la poca autenticidad en el desplegar de su sexualidad que con el tiempo se vuelve sosa. Para esas personas el sexo queda limitado. No siempre la práctica hace al maestro.
“Toca un violín, manejar un MD-87 o construir un zapato son actividades que requieren de cierta dosis de espontaneidad creativa, pero sobre todo un fabuloso bagaje de práctica. El violinista, el piloto, el zapatero deben llegar a una comunión total con el elemento con el que interaccionan, haciendo de la practica un método extremadamente eficaz. Sin embargo, los seres humanos no somos un instrumento, un avión o un calzado, somos una sinfonía, un cielo o un camino”.
Leyendo entre líneas a Valérie Tasso, en el anterior párrafo, quiere decir que en mucha ocasiones aquel que se ufana de ser buena amante termina siendo un soberbio estandarizado que entorpece singularidades. Se conoce la ruta pero no sabe dónde hay vericuetos, paisajes, grutas, cuevas en que adentrarse para disfrutar holgadamente, no sabe de composiciones, de paraísos ni de la bifurcación de los caminos.
No hay que practicar mucho (sexo) para ser buen amante
Ratificarse en el par de cosas, o más que se han aprendido en la vida (sexual) no convierte a una persona en “mejor” y menos si ha sido caprichosa. Si no ha aceptado inquietudes, peticiones, reclamos ni sugerencias. Si no sabe lo que significa “único e irrepetible”.
Un/a amante que se precie de ser bueno/a tiene técnica, por supuesto, pero también tiene una cabeza, pensamiento, arte, creatividad, comprensión de lo humano. Tiene lujo amatorio artesanal, crea con sus “manos” sin tener que ojear porno, manuales, recetas, ni acumular referencias “laborales”.
El/la buen/a amante sabe enfrentarse a nuevos retos, improvisa, tiene sentido común, análisis y respuesta. Conoce su cuerpo y el de la otra persona y lo entiende como un sistema complejo y cambiante que no reacciona de la misma manera porque no viene dado de serie. Se hace curioso por su propio deseo y el deseo del otro. Investiga, explora, toma iniciativas. Genera confianza pues confía en sí mismo/a. Aprecia singularidades y peculiaridades, esto es la variabilidad del ser. En suma, aplica el erotismo del buen trato: sabe cómo tratar al otro.