Norma Bejarano.
Psicóloga-Sexóloga
Hace días circuló por los medios de comunicación un bulo sobre una competición que haría el nombramiento “oficial” del sexo como deporte en una ciudad Sueca. La noticia enlistaba algunas de las demostraciones “sexodeportivas” que debían llevar a cabo los supuestos participantes, cómo: apariencia de los genitales; ejecución “artística” de posturas; resistencia; número de orgasmos; el kamasutra más complicado, entre otras tablas y majaderías rítmicas. Quienes osamos por leer tal notición, notamos que ninguna de esas modalidades se refería a la erótica ni a la amatoria. Y sí, a una vitrina de sexo hidráulico, normatividad estética, cuantificación, rapidez y genitalitas.
¿¡Sexo en “stand by”!?
Por ‘stand by’ se conoce a un dispositivo que se encuentra en reposo a la espera de recibir órdenes. Así, con el pretexto de romper tabús, y aprender más de sexo, el organizador (de la desaprobada) competición demuestra que en muchas mentes el sexo permanece en stand by; a la espera de las órdenes coitocentradas del amo y su discurso normativo. Hace algunos años era recurrente que el sexo se pintara sólo como una exhibición de actos, y réditos, aunque parece que se sigue sosteniendo ese modelo de meneos y placeres a través de penetraciones multiformes, orgasmos, velocidad, fuerza y vigor. Así, aunque muchos estudiosos del sexo reiteren que el sexo no es sólo eso, parece que para algunos es, sólo eso.
¡La vinculación de los sexos con el coito!
Se consideraba hasta hace poco como buen amante a un sujeto vigoroso, rendidor, inquieto, innovador de postureos y acoplamiento horizontal. En quien el disfrute (y la medalla) se asociaba al número de volteretas. Hoy en día estas peripecias que vinculan a los sexos con el coito no parecen haberse disuelto del todo. Ya que con ellas se continua haciendo llamativo el sexo; que a aparte de pretenderlo deporte ha sido convertido en bien de consumo. Parece que la estupidez como forma de crear mundos va ganando batallas con sujetos acríticos que se ofrecen como vacas a pastar sin saber quién y por qué les ofrecen el pasto. Pese a que se diga que el sexo es una actividad deportiva, o aeróbica según ‘científicos’, o una manera de hacer ejercicio pues conlleva desgaste calórico y largo etc,. Y aunque se banalice para convertirlo en bien de consumo restándole importancia bajo retribuciones y condecoraciones; el sexo no llega a deporte porque no tiene objetivos, no se presta a utilidades, competencias ni pruebas para clasificar a nada. El sexo no es un objeto, es un valor, y parte de nuestra condición humana. Y en esa condición tenemos diversidad, capacidad de cultivo de otras eróticas y ars amandis que van más allá de figuras y premios por meterla mejor.
¡Una cultura dada a utilidades!
Confundimos la utilidad con el sentido. Sin un referente de sentido, o un porqué hacer las cosas, se asumen entonces los discursos del amo que nos desactivan la atención con la repetición. Se combinan deseos con deberes y ars amandis con rendimientos. Se ofrecen euforias y competiciones del sexo bajo la idea escueta de romper tabús pero que los siguen manteniendo. Así, siguen los advenedizos de turno de la cultura de la utilidad promocionando el sexo como un tema de rendimiento inmediato carente de sentido. Quizá, si los sexólogos nos apañáramos con el sexo como deporte, seríamos más entrenadores, preparadores y acondicionadores físicos, entonces, estaríamos más tranquilos. Pero hacemos la resistencia porque nos interesa la construcción de lo humano, porque en nuestra realidad el hecho de los sexos es mucho más rica y compleja.