Pandemia, desgobierno, desigualdad, reforma tributaria, paros y otros trastornos sociopolíticos le han vuelto la vida (sexual) de cuadritos a gran parte de nuestra población.
El estrés y la ansiedad hacen parte ineludible de nuestra vida. Cualquiera que sea la fuente de estrés afecta la forma en la que interactuamos con el mundo: desde el estado de ánimo, pasando por nuestro apetito sexual y hasta más. El estrés en condiciones naturales puede ayudarnos a la sobrevivencia, luego de algún evento estresor llega la calma. Pero cuando este es constante y rumiativo comenzamos a experimentar rollos en torno a lo que tanto nos gusta a la mayoría de los mortales, el sexo. Muchas personas en tiempos del caos han reportado dificultad eréctil, disminución del deseo sexual, aumento del dolor en las relaciones coitales, pérdida de la lubricación vaginal, poca satisfacción sexual, etc.
Las personas que pasan por episodios de estrés agudo e incluso crónico llegan a desarrollar estrategias de afrontamiento poco saludables como beber alcohol en exceso, consumir drogas, aumentar la ingesta de calorías, dejar de lado actividades placenteras como caminar y practicar otros deportes, etc. El estrés en la medida que pasa el tiempo sin abordarse es alimento para la ansiedad y otros trastornos del estado de ánimo. También altera la presión arterial, el ritmo intestinal, genera problemas cardiovasculares, aumento de peso, insomnio, debilita el sistema inmune, sofoca la testosterona, y por supuesto el área cognitiva. Todo esto llevándose por delante la respuesta y la salud sexual.
El estrés y la función sexual
Cuando cuerpo y mente están al borde de un ataque de nervios, suele ser laberíntico el disfrute sexual. Si usted está crónicamente estresado, su cuerpo está concentrado en el problema y en cómo resolverlo, así las cosas, el sexo suele pasar a segundo plano. La función sexual está regulada en gran medida por la química y otros aspectos cerebrales que en situaciones adversas o desniveles tienen efectos restrictivos, por ejemplo, en la excitación y otros. Por ende, puede ser que su pene no se pare, su vagina no lubrique, no llegue al orgasmo, no haya fantasías, ni sienta deseo de interactuar eróticamente.
Demasiado estrés es malo para el sexo.
Como los tiempos son convulsos y la cosa no parece tener un derecho, sino una derecha tozuda, y si está viendo afectado/a negativamente su calidad de vida sexual, no espere a que la crisis le acabe de atropellar su erotismo y anímese a buscar la respectiva orientación profesional. Con todos los estragos que puede tener el poco manejo del estrés es conveniente saber cómo puede combatir sus efectos nocivos y evitar que se comprometa, o se complejice su sexualidad.
Algunas sugerencias para soltar las cargas (mientras pide consulta).
El ejercicio es una excelente manera de ayudar a reducir los impactos del estrés:
- Escoja el que más le guste, comience de a pocos para que su dopamina se vaya activando.
- Lleve una dieta saludable con sus posibilidades.
- Cree una higiene de sueño para que logre tener esas 7 u 8 horas de descanso necesarias.
- Para los más yoguis, las sesiones de meditación ayudan a gestionar la ansiedad. Minimice el consumo de cafeína y alcohol.
- Fomente una red social sólida de amigos para comunicarse.
- Apóyense en pareja.
- Practique la respiración consciente, esta es alimento para la función sexual.
- Escuche música, al cerebro en casos de estrés le gusta el rock y la electrónica.
- Mantener a raya el cortisol (hormona del estrés) ayuda a mejorar su sexualidad. Sin una buena vida sexual el camino a la felicidad es más largo.
Norma Bejarano. Psicóloga – Sexóloga
Instagram. @normasexologia020