El extremo mercado usado de ‘El Bronx’: un recorrido por esta zona céntrica ibaguereña

ANTONIO GUZMÁN OLIVEROS qhuboibague@gmail.com

Bajo la mirada de San Miguel Arcángel, quien pareciera custodiar, aparte del negocio de chatarra que hay sobre la calle 20 con carrera Tercera, hay decenas de recicladores, habitantes de calle y comerciantes de un reguero de artículos de segunda mano que ya casi inunda toda esta zona.

Un panorama muchas veces tenebroso para quienes deben bajar por este lugar, pues la alta  presencia de consumidores de estupefacientes hace pensar en que se sufrirá un posible atraco. 

Para infortunio de los ibaguereños, este es el primer lugar que el turista ve cuando sale de la Terminal de Transportes, así como bares que en sus entradas hay mujeres y algunos transexuales ejerciendo su oficio diario.

Esta zona que cobija las calles 19 a la 21 y avenidas Ferrocarril y Cuarta, es conocida por algunos como ‘El Cartucho’ o ‘El Bronx’, y ha sufrido los cambios del tiempo, y aunque se intentó recuperar por medio de la inversión privada, no hubo mayor acompañamiento estatal y terminó en lo que es hoy en día.

En un dialogó que esta redacción sostuvo con una persona de avanzada edad, y que nos contó que ha permanecido durante gran parte de su vida por esta calle, recordó que esto no siempre fue una especie de tugurio, pues cuando hubo tren, en la década del 70, y menos gente, era otra vista.

Tampoco era tan degradante en los 80, pues ya existía La Casa del Niño, esa antigua construcción que sirvió para, desde 1935, acoger a los niños huérfanos y que fue demolida a mediados de la década pasada para construir Carrefour, luego Metro y ahora está en el abandono.

Precisamente en la parte posterior de esta construcción, cuyo lote y edificación generó controversias luego de su venta y demolición, está la mayor concentración de habitantes en condición de calle, quienes conviven con personas que venden artículos usados, comidas y estudiantes.

Crucé por esta zona y lo primero que sentí fue el olor a marihuana, detrás de la edificación donde funcionó Metro, otros grupo de hombres encendía fuego para verter lo que sería bronce y de esta manera fundirlo.

Luego advertí una tienda de ropa usada para la venta, en esta ocasión, la fachada tenía exhibidos disfraces de superhéroes, en los estantes había ropa de todo tipo y unos cajones con zapatos de todos los estilos, colores y tallas, todos bien amontonados para el cliente.

El disfraz, según me contó la persona que desde hace más de seis años atiende, se consigue desde 20 mil pesos, aumenta el valor debido al diseño y si debe llevar máscara. Luego se escucha el madrazo y alguien manda a apagar el fuego, pues hay policías enseguida de la Estación de Bomberos. 

La grosería se escucha con cada palabra que dicen quienes deambulan por estas calles sucias; también hay negocios donde venden lavamanos usados, herramientas de construcción. 

En el piso alguien tiende un plástico, allí acomoda unos tenis, unas botas, una olla con restos de grasa y unos muñecos, todo se vende; los vehículos pasan despacio y evitan pisar el mercado.

La Navidad también empieza a sentirse allí, pues alguien sacó frente a una casa una caja con objetos decembrinos, unas guirnaldas, un arbolito al que le faltan algunas ramas, pero de seguro le servirá a alguien para adornar su rancho.

Entre el bullicioso, los pitos, la gente que camina, que fuma, silva, está la mujer con su puesto de comidas; sirve una picadita con salchichas y papa criolla; en su vitrina también tiene unas rellenas, empanadas, salchichón frito con arepa y bajo la sombrilla amarilla, el tarro con limonada.

El rebusque en este lugar se extiende por sus calles, todos quieren vender algo, en su mayoría objetos usados, y también, está el público, el cliente que por ahorrarse unos pesos, decide ir a buscar el elemento que necesita, o el padre que quiere llevar un disfraz al hijo que sueña con ser Hulk o la niña en ser una princesa en la noche de Halloween.

Luego de dar la vuelta a la manzana, retorné a la fachada de la Estación de Bomberos, la patrulla ya no estaba. Eché otro vistazo donde había una mujer mal sentada y gritando con un anciano en tono de recocha, mientras otros pasaban en sus carros con los vidrios arriba para evitar a sus semejantes.

El Distrito I de Policía está a dos cuadras de este lugar, de este mercado persa del usado, lugar al que pocos se atreven a caminar y muchos recuerdan con nostalgia, como cuando el parque Andrés López de Galarza estaba encerrado y era el destino dominical para muchas familias.

Donde ahora queda el malogrado centro comercial, con el que una pasada Administración Municipal buscaba darle desarrollo al sector, junto con la empresa privada que tuvo que huir por la inseguridad, muchos recuerdan el parqueadero donde guardaban los coche bala, buses en los que se viajaba en el siglo pasado.   

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