«Estoy aburrida, él no atiende a mis peticiones, yo me le muestro, me pongo ropa sexy, le imploro, le doy todo, estoy 24/7; él solo responde: «no me presiones», me siento mendigando su deseo». Estas líneas de un relato de consulta me inspiran este texto. No voy a abordar si hay dificultades en el deseo de él, o hacer pesquisas infusas sobre por qué no le apetece su pareja, o, por qué ella no se siente deseada, no!
Escribió Efigenio Amezúa que decir «Deseo Erótico» es un pleonasmo, porque todo deseo es erótico, ¿en qué sentido?, en qué todo deseo se dirige a algo, o alguien, de la manera que sea, con la intención de vincular, crear una unión, un proyecto. Existe un ideal y es que creemos que todo lo que nos acerca, nos mueve en dirección a, o nos enlaza, tiene que ser nuestro, debemos poseerlo, o ha de completarnos; de ahí generarle un serie de imposiciones, obligaciones y deberes; produciendo una tensión entre un ideal de presencia feroz y de angustia por la falta.
¡El deseo reclama su fuerza!
Al principio de una relación todo parece dulce. El deseo se comporta más o menos bien porque lo abona la novedad, la curiosidad, el misterio que aún vela al otro; pero luego de un tiempo, el deseo se aparca (no se acaba) tras ciertas dinámicas que solicitan saberlo y tenerlo todo del otro, pues, en las lógicas del deseo no hay cómo responder a tanta demanda. El deseo no aspira a una relacionalidad intensiva, sino a una que le permita ser peculiar frente a imperativos y deberes sociales, ojo, que no digo ser irresponsable, sino particular. El deseo no puede girar en torno a los excesos y necesidades del otro. La salida del deseo muchas veces es la protesta a un espacio amenazado. Dijo aquella gran filósofa que las pasiones nos abocan violentamente hacia la posesión de un objeto, pero que lo bello siempre reclamará distancia y admiración.
¡Lo bello es desear algo que existe en su diferencia!
En la fantasía de completarnos o de hallar la media naranja, de ser ciento por ciento compatibles hace que se atosigue a quien deseamos, y por ende su Eros, su deseo, se rebele. Dejarse consumir por la totalidad del deber, o de lo que «legitima» una relación, impide la realización del deseo. Ahogar el deseo en el deber es neurotizante: el otro nunca se podrá reducir a nuestro discurso de posesión.
¡Una pareja difícil!
El deseo se estrella contra la necesidad. Mientras el deber nos exige presencia el deseo pide ausencia, que no huir o sacar el jopo; sino espacios, medios, posibilidades que le permitan oxigenarse, porque al intentar capturar al otro en su infinita interioridad lo aniquilamos; pasaría a ser nuestro objeto, no un sujeto por sí mismo. El deseo no le hace metáforas a la «muerte»: al fin, al llenado, o, a la completitud; le interesa llegar al borde sin caer en los abismos. El deseo pide ausencias para retomar, retornar, suspender instantes, postergar deberes, pausar, degustar, volverse a interesar. No buscamos a un-otro para satisfacernos sino para existir, dotarnos de sentido, aplazar, sostener, amar. La falta, y no empacharnos con todo es dimensión entrañable del deseo. Deseo y deber son una pareja difícil porque al deseo le gusta encontrarse con sujetos con quien pueda interactuar y vincularse, y no con objetos que pueda consumir. Porque el deseo opera sobre asuntos simbólicos, no deseamos una cosa, deseamos una asociación que es una secuencia más compleja.
Norma Bejarano. Psicóloga-Sexóloga