Deseo, excitación y lubricación ¿una confusión?

Norma Bejarano.
Psicóloga-Sexóloga.
“Él la desnudaba y ella permanecía mientras tanto casi inmóvil. Cuando la besó, los labios de ella no respondieron al contacto de los suyos. Pero entonces sintió de pronto que su sexo estaba húmedo y se asustó. Sentía su excitación, que era aún mayor porque estaba excitada en contra de su voluntad” (-el alma y el cuerpo- “La insoportable levedad del ser” de Milan Kundera). La lubricación genital en las mujeres es el asomo de la respuesta orgánica de excitación. Sin embargo, lubricar no necesariamente significa estar excitadas. Lo que define que una mujer está ‘encendida’ es lo que ella manifieste, sienta, o diga. Así, su excitación produce, además del líquido lubrificante, entusiasmo, afectos y apetencias por a-coger. Cuando la excitación desde el punto de vista fisiológico y subjetivo están al mismo nivel pueden traer alegría y disposición. De lo contrario, culpa, vergüenza, incomodidad o dolor.
¡La lubricación no (siempre) invita a la penetración!
Betty Dodson, expresaba que muchos amantes con estímulos torpes, y al menor asomo de humedad se zambullían en la vagina para hacer un “jonrón”. Lo que manifiesten húmedamente los genitales no indica ganas de tener una interacción sexual. Puede ser indicio de excitación, pero no necesariamente de interés por realizar una práctica en ese momento. Porque, aún con deseo, la excitación tal vez no cumpla la expectativa, y con excitación pero sin deseo, tampoco. La vagina (el genital interno) así sea en ciertos casos caóticos o imprevisibles lubrica o emite un fluido. Es un fenómeno fisiológico hidratante de las paredes vaginales, y protector de patógenos, roces o fricciones. La vagina tiene la capacidad de lubricar incluso en experiencias involuntarias. Nos mojamos porque el cuerpo responde a un estímulo, al que sea, y aunque este reaccione no es confirmación subjetiva de desear.
Muchas mujeres se inquietan cuando experimentan esos ‘remojones’ porque su mente está recorriendo otros mundos menos los eróticos. Que el cuerpo se excite no implica que la mente esté construyendo el interés por la refriega amatoria. Deseo y excitación no son lo mismo, pero juntos logran maravillas: el deseo es un anticipo, el entusiasmo expectante por el placer y también un sostenedor; y la excitación es el sentir el placer en sí. El deseo como parte fundamental en el antes para iniciar la secuencia de la respuesta sexual; también puede surgir una vez comenzado el encuentro sexual, cuando la excitación se da en los términos y estímulos deseables para cada persona. Y por supuesto, en el durante, para sujetar el desarrollo y desenlace de la confluencia erótica.

¡El deseo (y el deseo excitatorio) movilizan!

“Escuchar su voz con acento, leer sus líneas lúbricas, poéticas y profundamente intelectuales son para mí como dos llaves de oro que abren mis cerraduras. Me encanta tanto su descaro y adoro tanto su merodeo que hasta mi Eros ya deseo guiarle”. Lo que mueve es la voluntad, la elección: el deseo, dijo Aristóteles. El deseo propicia movimiento, motivación. Cuando este tiene una edificación relevante puede patrocinar la excitación que con su humedad confortable y demás “accesorios” responde a esa movilización. El deseo proyecta el placer con la imaginación y las fantasías y darle un lugar en mente y cuerpo. Aunque también ocurre que cuando estamos bien, o muy excitadas, y surge el deseo excitatorio, es decir, los incentivos externos e internos nos resultan efectivos nos puede gustar proponerle, o responderle a esa musa un contacto, entre otras sicalípticas carantoñas.

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