Margarita María Londoño qhuboibague@gmail.com
El crecimiento personal no llega de forma obligatoria y menos cuando de madurez psicológica se trata. Con el paso del tiempo las personas van aumentando el número de años, lo cual sería maravilloso si ese avance en edad fuese acorde al desarrollo mental, pero esto no se da en todos, ya que la edad para muchas personas solo es la suma numérica.
Crecer no es simplemente obtener varios títulos universitarios, desarrollar ciertas habilidades u obtener objetos materiales, en realidad para que exista crecimiento personal también se requiere la necesidad de profundizar a nivel interior, lo que implica aniquilar y desaprender los patrones de pensamiento y acciones que no son coherentes, ni correctas.
La madurez psicológica no tiene nada que ver con la edad cronológica. El hecho de que pasen los años no se relaciona en lo absoluto con la manera correcta de actuar de un individuo. Lo que tiene un verdadero sentido, es el aprovechamiento de las experiencias y aprendizajes significativos, que dan lugar en la mente para comprenderse a sí mismo y, por ende, comprender el entorno que nos rodea.
Ser totalmente conscientes que no somos el centro del universo, sino que hacemos parte de él, es el primer paso para derrumbar con fuerza el ego, ese enemigo gigante lleno de máscaras que impide coexistir en la realidad. Para hablar de madurez psicológica, es elemental dejar atrás las acciones egocéntricas entendiendo que la vida nos pone a prueba continuamente. “No es justo dejarnos ganar la batalla de la tela gruesa que se pone frente a nuestros ojos”.
No se trata de adaptarse a los distintos entornos, culturas, religiones, etcétera. De hecho, llegar a hacerlo sería lo contrario a la madurez, término que se asocia para ser auténticos, únicos e irrepetibles, sacando lo positivo de todo, incluso de las cosas negativas que nos ocurren. No obstante, hacer negación de cualquier situación, por ejemplo, viene siendo buscar el mecanismo de defensa para evitar el verdadero afrontamiento de la verdad, que requiere de acciones lógicas.
Tener ideas rígidas, impide por completo la ejecución del aprendizaje que ofrece cada situación vivida. Querer tener la razón en todo no permite la asimilación adecuada para forzar la mente hacia la maduración. Definitivamente, no podemos seguir pensando como adolescentes. Una persona que ha logrado aprender de sus errores es quien acepta su realidad con inteligencia emocional, sin llegar al punto de resignación, encarando con valentía lo que la vida le presente, teniendo siempre en cuenta cómo actuar de manera efectiva.
Por último, es considerable recalcar que, para tener madurez con las emociones el autoconocerse nos fundamenta demasiado, porque de eso depende no dejarse sabotear de creencias erróneas, aquellas causantes del caos interior. Al fin y al cabo, se puede huir de muchas cosas, pero jamás nos podremos escabullir de nosotros mismos.
Es bueno sacarle provecho a cada momento difícil con el fin de crecer personalmente, evitando por completo no caer en un victimismo desequilibrado, donde la mente reduce la actitud proactiva que le da sentido a la vida.
Una persona madura…
1- Pone en práctica su experiencia.
2- Se responsabiliza de sus actos.
3- Reacciona de manera asertiva.
4- Conoce sus límites y respeta el
de los demás.
5- Actúa con autonomía y determinación.
6- Cumple con sus actividades.
7- Reconoce sus fortalezas y debilidades.
8- Disfruta sanamente de su libertad.
9- Es resistente, persistente e insistente con lo que se propone.
10- No chantajea emocionalmente a nadie.
11- Aprovecha la influencia que tiene con otros, para hacerles el bien.
12- Tiene disposición de aprender de todo y de todos.
13- Resuelve los conflictos.
14- Enfrenta con carácter cualquier situación que se le presente.
15- Es resiliente.
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