Norma Bejarano
Psicóloga-Sexóloga
Cuando las parejas ya no cumplen con el imperativo «gozar», aquel impulso que las empujaba a «perder el control» a través de pasiones, lubricidades y genitalidades, devienen en un estado de tristeza y malestar que no les permite pensar que esa tristeza, no es tristeza, sino un estado natural de su retorno al «hogar». Es decir, las exigencias, inmediateces, innovaciones y demás órdenes del imperativo perpetuo de gozo convierte la vida íntima y sexual de la pareja en un parque de diversiones haciéndoles sentir que sin eso extraordinario la cotidianidad se hace insoportable. Dice Francesco Alberoni: «Así ocurre que a menudo los dos, espantados por haber querido vivir intensamente, se inclinan con rapidez hacia el aburrimiento, el rencor y el desasosiego. Directamente van a su encuentro imaginando hallar, a través de mil garantías y límites ese «vivieron felices y contentos» que no existe, (entonces) se decepcionan, pierden la ilusión». Los excesos e imposiciones para «disfrutar», o desear con la misma intensidad, tomados como extraordinarios, terminan siendo excesos simplemente». Es verdad que el deseo busca lo diferente y lo extraordinario. Pero lo diferente también está en lo cotidiano. Lo diferente es el otro, y en el otro siempre hay espacio para el desastre y también para la sorpresa.
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¡La rutina no frena la atracción!
Nos reitera aquel escritor de tanto en tanto, que el deseo no es sólo sexo (lo que los mortales interpretan como cópulas y por suerte, coitos) sino que el deseo es un antojo total, un anhelo del otro y de lo otro del otro. Así, pese a los problemas, el trabajo, la rutina, el distanciamiento, o las preocupaciones, el deseo termina apareciendo, no por arte de magia o caído del cielo, de repente hacemos cosas para mantenerlo, mostrarlo, tenerlo en cuenta, y entonces surgen las ganas, la apetencia de estar con alguien, porque sí. Haber perdido ciertas pasiones, no implica que se haya perdido el deseo; que es anhelar al otro de múltiples maneras o formas. Porque el deseo evoluciona, tanto, como evolucione cada miembro de la diada.
¡El Eros cotidiano!
La cotidianidad es un modo de ser de los sujetos que consiste en la reiteración «silenciosa» de actividades, en la repetición de movimientos, tareas, actividades, maneras de actuar, etcétera, etcétera… En principio parecería que no hay nada que agregar. Nos venden la rutina y lo cotidiano cómo un monstruo. Como un antimisterio por excelencia, cómo un anti-erotismo. Sin embargo, el hecho de tener «las cosas a la mano» no necesariamente hace que se pierda el misterio. Es también una cuestión cultural pensar que el deseo se pierde en esos momentos de trámites y rutinas. El deseo se pierde, en palabras de Bruno Martínez, «cuando se da al otro por hecho, cuando creemos que ya está vendido el pescado, y no se hace nada por ello». El Eros cotidiano no impone condiciones lúbricas, pasiones cachondas, arrebatos, lubricidades, y genitalias, el Eros cotidiano también se demuestra en gestos de ternura, cuidados, cariño. El Eros cotidiano es la disponibilidad para el otro, «donde el sujeto sale de sí mismo hacia el otro». Eros aparece siempre en esos momentos de disfrutar, en esos momentos que no son trámite, utilidad ni funcionalidad. H. Giannini nos deja esta idea, es posible encontrarse con el otro dentro de lo cotidiano, cuando cesa el trámite y surge la contemplación de aquello que nos rodea… Y para esto, para seguir alimentando a ese Eros habrá que preguntarse si el otro aún me importa, si le echo de menos, si lo deseo en mi vida.
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