«Los amantes ¿trabajan o juegan? ” 

Norma Bejarano.

Psicóloga-Sexóloga.

Eros, el deseo, es un juego diádico, es ser con otro, una elección de dos. Un encuentro de amantes es una acción por sí misma: un encuentro que produce un encuentro, juego e intimidad más allá del rendimiento y el trabajo. Sin embargo, nos ha dicho Jean Baudrillard, en nuestros tiempos «Permanecemos incomprensivos y vagamente compasivos ante esas culturas para las que el acto sexual no es una finalidad en sí, para las que la sexualidad no tiene esa seriedad mortal de una energía que hay que liberar, de una eyaculación forzada, de una producción a toda costa, de una contabilidad higiénica del cuerpo. […]. Para nosotros eso ya no tiene sentido, […] lo sexual se ha convertido estrictamente en la actualización de un deseo en un placer (lo demás es literatura)».


¿Seducir, competir o trabajar?

Muchos sujetos no logran durante el gesto sexual hacer algo diferente a competir o trabajar para alcanzar ciertos objetivos. Parece que al encuentro los amantes no van con la idea de compartirse y sentirse mutuamente deseables, sino hacerse deseables para sí mismos, no dan posibilidad alguna a la erótica para estar «en relación con», ni de generar algún lazo colectivo. Hay una  total ausencia del ocio que es la esfera del deseo; el deseo necesita de la seducción, y la seducción es un aspecto que necesita del ritual. El ocio está ahí para que los sujetos dialoguen, se comuniquen y puedan encontrarse. El encuentro no es un asunto banal pues está cargado de significados, significantes y símbolos que ambos sujetos deben compartir para poderse aproximar entre sí.

¡La propuesta de producción!

La idea del locus genitalis: los placeres presentados en orgasmos, eyaculaciones, postureos, le quita la finalidad al encuentro. Los placeres sacan a los amantes de la esfera del ocio y los ubica en la esfera del negocio y del deber. La cultura de la producción es la cultura de la orgasmación, de la eyaculación por minuto, de los tips para hacer el mejor sexo oral. Así, el encuentro que es un aspecto ampliamente ritualizado se pierde en el imperativo de gozar (mejor). Tras el discurso de la realización inmediata de los deseos los sujetos son desplazados a una obligación de liquidez o beneficio que impide alimentar el deseo mutuo. Donde el encuentro se erige como función es porque ha perdido todo su telos (el fin por sí mismo) que es el propio encuentro. En lugar de una forma de ocio, de juego, de contemplación, se instaura lo productivo. Y cuando alguien va pensando en conseguir orgasmos, en «dar orgasmos» o placeres, no va a acercarse al otro, va a trabajar, pues debe obtener un rédito que es producir placeres y los placeres a veces no dejan ver el bosque, el arte amatorio en sí.


¡Dos deseos que se comparten!

Cuando pulula en sociedad la producción y el rendimiento se hace difícil comprender que los encuentros amatorios no tienen ninguna otra finalidad que los sujetos se encuentren entre sí porque estos le dan valor de realización, dos deseos que se comparten. Al contrario, en la sociedad productiva prima la individualidad «cada uno con su deseo y que gane el mejor», escribe Baudrillard. 


En la tinta de Chul Han: «La fiesta es ella misma una forma de terminación. Hace que comience un tiempo totalmente distinto […]. La terminación del trabajo, cómo víspera de la fiesta, anuncia un tiempo sagrado» (un espacio de ritual) que no halla sitio en una vida de demandas y exigencias». El fuego, liberado de las funciones, excita la fantasía y el deseo.

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