¡Los mundos de los los deseos eróticos!

Norma Bejarano, psicóloga-sexóloga / Instagram@normasexologia020

Eros hace presente en nosotros los sujetos un aspecto de enorme valor: el deseo. Y no solo eso, nos enseña sobre lo fundamental de este en nuestra vida para dotarnos de sentido, para conformarnos como humanos, a pesar de nuestros pesares.

«La máquina sexual», uno de los “12 relatos impuros” del escritor Hans Trujillo, narra la historia de Igor, un hijo heredero de la radiación de Chernóbil, un habitante de New York, quien cultiva su intelecto como una manera de compensar su pobre atractivo físico producto del cáncer y las malformaciones genéticas ocasionadas por el combustible de uranio. Igor, al parecer, se hace uno de los solteros más apetecibles, a la vez indescifrable e irrepetible en sus deseos y amatorias: artes con las que intenta darle sentido a su vida en “la ciudad que nunca duerme”.

“No perderé el tiempo contándote cómo consigue llevar a cada mujer a su lujoso apartamento. […] cualquier acercamiento en cualquier hora del día le funciona de manera inefable […]”. A Igor, quien podría entrar (según los lectores) a una lista de adictos al sexo, no le interesa tanto un perfil de belleza en las mujeres sino las experiencias que con estas pueda compartir. Así, entre ‘musas’ y escorts lleva la vida. Greta, Naomi, Misuki, Nadieska, Veruska, incluso Ruth de 74 años, cada una peculiarmente le aporta lúbricos encuentros en su psicodélico penthouse de Manhattan (la crónica es larga y este espacio corto).

La historia da vuelco cuando descubrimos que Igor, ese heredero del Uranio enriquecido, es un sujeto frágil, vulnerable, miedoso, con dificultades varias que poco sale de la habitación del sótano de la casa de una tía debido a su aspecto “monstruoso”. Todas las mujeres fantásticas son creadas por la realidad virtual de unas gafas obsequiadas por su tía para que éste de paso a sus deseos y a su vida, a la que  él llama: “la máquina sexual”… Pues a través del dispositivo se fabrica sus más retorcidas fantasías con mujeres de todo tipo desplegándose en un sinfín de eróticas y ars amandis imaginados.

¡Los mundos de los deseos (eróticos)!

Los deseos pueden ser insondables, pero también comprensibles y comunes; comunes no porque todos deseemos lo mismo, sino porque todos deseamos de una u otra manera. Hay deseos inconfesables, otros realizables; los deseos realizables han pasado por la razón, la puesta en común con un otro deseado; los inconfesables o no realizables también han pasado por la razón y por este motivo se dejan guardados en el imaginario para otros propósitos. Los mundos de los deseos pertenecen al mismo sujeto, él los ha creado y él puede hacerse responsable de ellos sin confundirlos, rechazarlos ni evitarlos, negarlos o temerles.

¡Somos sujetos de deseo!

Las singularidad de los sujetos es su más preciado valor de afirmación. Quienes harán lo posible por superar sus destinos a partir de organizar fantasmas, imaginarios, ideas fantasiosas, o relatos deseantes para bordear el vacío de lo imposible. Los fantasmas, o las fantasías, potencia de toda alma sensitiva, son un modo de defendernos frente a un vacío horroroso; nuestro vacío ontológico que nunca se llena ha de ser bordeado con la erótica: el deseo, entre otros artes. La singularidad erótica es fruto de las maneras polimorfas que cada quien (buena o malamente) tiene para constituirse, para ser y existir.

Eros es sorprendentemente libre, y siempre nos recuerda que los sujetos somos sujetos de deseo, y por tanto buscadores de otro, sea este otro, real o imaginario, ese otro que es el sujeto/objeto de todo deseo (erótico), de toda vida sensible.

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