Norma Bejarano. Psicóloga-Sexóloga
«Decir es desear», escribe el poeta mexicano Alberto Ruy. «La boca que dice, es sexo que canta. Decir es soñar y actuar el sueño…».
Hay una figura que hace que el encuentro de los sexos fluya o se mantenga. Que nos desentendemos (por un tiempo) del mandado de la tía Martha y de la declaración de renta. En ese espacio del contar vamos colocando algo sobre alguien. Su evocación nos sustenta los encuentros amatorios. La figura es, el relato deseante, un cuento imaginario que integra diferentes recursos para una construcción fantástica que permita a los sujetos la excitación, la motivación, la acción y su continuación, entre otras cosas.
¡Derrumbar los relatos que nos enjaulan!
Cuando nos advierten sobre los mil requisitos que hay que cumplir para que la interacción sexual vaya «de maravilla» resaltando determinadas formas, peneríos y “teteríos”, asepsias varias, horas, y lugares, la musa erótica se entristece; el deseo languidece porque ese no es nuestro deseo. Una mente llena de imperativos o «creencias» nos limita el imaginario, la creación, o la fantasía. Dijo aquel escritor «vivimos con la mente enjaulada»; con los deseos encorsetados o parcheados.
Construyendo un relato del deseo corremos un buen riesgo y es el de ser cuerpos y sujetos en realidades distintas, tener experiencias transgresoras en las relaciones que instauramos desenmascarando las apariencias. Dice la escritora y Sexóloga Valérie Tasso que «los humanos somos seres sexuados; no al modo de una manada de cabras que pastan en el monte, sino al de humanos que culturizan su propio hecho sexual».
¡El ‘ilusorio’ relato deseante!
Somos narradores de nuestra erótica y amatoria. Al elegido sujeto deseado y a nuestro posible encuentro con él, lo decoramos y adobamos con ficción, palabras, historias o relatos. No hacemos el amor sobre una superficie sino sobre ese relato que nos vamos contando o construyendo mentalmente. El relato del deseo, o deseante es una inasible y misteriosa manera de activarnos y de sostener nuestros encuentros erótica-mente. Es decir, un elemento necesario para que nos vinculemos fuera de la jaula del patrón establecido, esto es para estimular el (propio) deseo y subvertir la moral imperante. Cuando aspiramos a conocer, el espacio del deseo se abre y una ficción necesaria acontece; cuando alguien se aventura a conocer, o, desear ir hacia, significa que está novelando una historia, un proyecto: un proyecto que, por definición, siempre está abierto, siempre está por hacer. El imaginario relato deseante intenta que se produzca un hecho explorando posibles mundos. El relato deseante crea un deseo para poder desear… Esto es que cuando vemos unas tetas más caídas que la torre de pisa, no estamos viendo esas tetas caídas al suelo sino caídas del cielo, y esto gracias a nuestra ficción.
¡Al escribir en nuestro imaginario nos hacemos deseantes!
Retomando al poeta Ruy: «decir es desear»; relatar es desear, contarnos una historia en la mente, es desear… «Decir hace llover, apaga estrellas, retira mares, rompepiedras». Relatando un deseo vamos haciendo de lo feo algo bello y de lo bello algo aún más bello. La narración deseante o el relato del deseo es nuestra herramienta para erotizarnos. La confluencia narrativa de ese deseo permite que afloren símbolos, o sea erotizamos y sensualizamos lo que generalmente no nos parece atractivo.