ANTONIO GUZMÁN OLIVEROS
Había llegado el momento que menos quería sentir luego de pasar nueve años de su vida en Fibratolima, el día en que la planta de hilandería quedó en total oscuridad, por la mente de Fernando Arango Ospina pasaron todos los recuerdos que vivió en la empresa que le dio incluso una familia.
La fábrica textil Fibratolima llegó a Ibagué en 1988 de la mano del desaparecido empresario Jackie Abadi, ya que luego de la tragedia de Armero el Gobierno nacional decidió, por medio de la Ley 44 otorgar beneficios fiscales a la empresas creadas para mejorar la economía en la región.
Cuenta Fernando que en 2014 empezó a ver cómo sus compañeros eran llamados a proceso de liquidación. Ver el llanto de personas que dedicaron más años que él en la empresa que a muchos les sirvió para estudiar, adquirir vivienda y luego salir sin saber otra profesión y caer desempleados.
“Ya era anunciado, el TLC afectó la industria textilera porque los empresarios de la confección traían tela de la India a bajos costos, mientras en Colombia se dañaba el proceso de hilandería.
“Fibratolima manejaba tres procesos industriales, hilandería, donde iniciaba el proceso de algodón a transformación de hilaza y esta pasaba ser tela. La última planta manejaba acabados. Estos procesos fueron disminuyendo y no sólo afectó la fábrica sino a los confeccionistas”, cuenta.
En su caso, cuenta Fernando Arango, luego de la adquisición de la fábrica por parte de la antioqueña Fabricato, obtuvo un subsidio educativo que le sirvió para adelantar estudios universitarios. La bonanza permitía que los empleados obtuvieran buenos sueldos y recargos.
Mientras Fernando mira las ruinas de lo que alguna vez fue la empresa de textiles más grande de los tolimenses, continúa su recuerdo de una parte de su vida que lo hizo feliz.
Cuenta que en su paso por la empresa estuvo en todos los procesos que ofrecían las tres plantas de producción, desde el momento de hilandería, en que llegaba las pacas comprimidas de algodón para que la máquina carda lo pasaba por unos tubos donde limpiaba la suciedad.
Después de la limpieza otra máquina convertía cintas de algodón y de esta manera llegaban a las mecheras, la cual enrollaba el hilo en conos plásticos. Luego pasaba a las hiladoras, que transformaban los pabilos en hilos muy delgados donde se les daba el calibre y la textura final.
Las bobinas eran llevadas a las enconadoras que enrollaban el hilo y continuar el proceso de calidad y contextura. Dentro de sus labores tuvo que clasificar y estibar hilos según su calibre.
La otra planta era tejeduría, donde salían las telas, primero llegaba a la máquina urdidora que se encargaba de unir los hilos para formar la tela en los conocidos telares. Posteriormente a las denominadas engomadoras, donde le aplicaban un pegante a la unión de hilos.
En la tercera planta de este complejo de 45 mil metros cuadrados los empleados se encargaban del proceso de mercerizado, la tela a punta de calor quitaba los excesos de hilo y con soda caustica eliminaban los excesos del pegante. Finalmente le daban el color final.
Quizá, al haber pasado por la mayoría de los procesos, le sirvió para ser el último de la sección hilandería en ser liquidado. Tuvo que ver a quien fue la madre de su hijo salir de la factoría. Quienes por problemas de salud no podían ser despedidos, fueron trasladados a Medellín donde quedó la única planta.
“Fue triste ver cómo los sueños e ilusiones de tantos años, donde se construyeron tantas vidas, alegrías, hogares, para muchos acabo, pues muchos solamente sabían ese oficio. Tuve la fortuna de estar joven y buscar otros horizontes, emplearme en otros oficios.
“Da tristeza ver las ruinas, todavía me hablo con algunos excompañeros. Ahora Fabricato tiene en el lote un proyecto de vivienda, pero esto fue saqueado, sacaron ladrillos, varillas”, señala.
El adiós
Aunque en octubre dejó de funcionar totalmente Fibratolima, su salida, la de hilandería, fue en pleno Mundial Brasil 2014, aunque la fiebre futbolera se respiraba en todos los rincones, en los de las oficinas de recursos humanos salía llanto.
“Fue un jueves o viernes, cerca del mediodía terminamos el procesos, sacamos el último cono de hilaza, mientras trabajábamos, veíamos cómo desmontaban las máquinas.
“En la sección había unos 50 tacos, yo bajé los primeros, de a poco inundaba la oscuridad, el Ingeniero se tomó un tiempo y con nostalgia apagó lo que quedaba. Solamente se escuchaban los telares de la última planta”, rememora.
La oscuridad reinó en todos los sentidos. Los ojos de los últimos operarios de hilandería se acostumbraban a medida que caminaban a la salida de la bodega y salieron a firmar la documentación para la liquidación.
“Nos reunimos en el área de descansos y nos tomamos unas cervezas con los compañeros. Esa fue nuestra despedida”, puntualizó Arango Ospina.
Dato
Jacky Abadi fue asesinado en octubre de 1996 en Bogotá, luego de que hombres en motocicleta lo abordaron en su camioneta y le dispararon en seis oportunidades.