Norma Bejarano. Psicóloga-Sexóloga
¿Será Eros, el deseo, propio del hombre? Es una pregunta que sigue dando vueltas. Que el deseo sea al parecer consustancial a lo masculino parte de teorías bio-psico-socio que afianzan que los hombres tienen ‘»siempre» más ganas de sexo (testosterona, virilidad, poderíos y cargas culturales mediante).
Esto ha hecho creer que las mujeres somos subsidiarias de ese deseo de ellos, unas fieles complacientes; además porque nuestro deseo aún resulta moralmente reprochable. Muchas veces no deseamos más, deseamos mejor; asunto no de cantidad sino de calidad. Y aunque todo puede variar o cambiar a lo largo de las biografías humanas, generalmente: «en cuestiones de deseo hombres y mujeres tenemos la misma sed, pero mientras el hombre es un animal que bebe agua, la mujer es un animal que bebe té». (Valérie Tasso).
¡Erase una vez!
«No sabía que, en las terrazas de las casas, la lluvia hace lagos cuando los canales están obstruidos y hubiese seguido tranquila de no haber descubierto de repente una grieta en la pared»… Cap. IV Madame Bovary.
Las historias de deseo en los hombres suelen ser más sencillas de contar, total, ellos han estado mucho tiempo andando esos caminos deseantes. Pero a las mujeres desde antiguo se nos ha condenado por desear, al punto de echarnos la culpa de guerras, conflictos y trifulcas varias en la historia a causa de nuestros impetuosos e impúdicos deseos.
Así el deseo en nosotras atajado a punta de represiones, y hecho lago en las terrazas tenía que descubrir sus grietas, sus aberturas por donde desplegarse, y una de esas fisuras para construirlo y activarlo ha sido a través de relatos (fantasías) en el imaginario (bastante cachondos). Por esto lo del té que mencioné antes, el deseo femenino por reprimido y tímido ha aprendido a ser más producido, sofisticado, y a generarse a través del ritual.
«La vida tiene sed de vida»
Escribió Simone Weil que cuando la mente se concentra en el objeto que desea empieza a resplandecer y se ilumina la oscuridad. «[…] El deseo de luz produce luz»… El deseo de beber produce ganas de beber. El deseo es deseo, es una noción que nos permite el existir y no tiene sexo ni género. Su fuerza es la calidad: cuando el deseo se hace ley (una potencia particular) de cada quien, no se anula la vida, no se oprime ni reprime sino que se vuelve creadora.
Mientras el modelo normativo de la sexualidad ha sido ideado tremendamente en lo masculino en pro y para ellos, el deseo femenino ha sido enmarcado en las correspondencias simbólicas, en lo propio de una diosa desiderante (sobreviviente de batallas), con un poder no fálico, no-todo, que crea las distancias necesarias con pulimento y sofisticación… El deseo femenino más vigilado en el hacer incluso por la misma mujer, se desenrolla o despliega mejor en el imaginar, pero puede pasar también a la práctica con la misma sed que en el hombre. A la pregunta del titular ¿Desean más (sexo) los hombres que las mujeres? La respuesta es, no desean ellos (o nosotras) más (o menos); la vida tiene sed de vida, simplemente la articulamos de distinta manera.
“A la pregunta del titular ¿Desean más (sexo) los hombres que las mujeres? La respuesta es, no desean ellos (o nosotras) más (o menos); la vida tiene sed de vida, simplemente la articulamos de distinta manera”.