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En su taller, Mario Yankel Álvarez Segura corre unos tubos plásticos y deja ver unas máquinas para modelar postes y ladrillos de plástico, con los cuales pretende revolucionar la manera de construir viviendas ecológicas y económicas.
Pero este paso por el taller es para llegar hasta su pequeña habitación donde tiene cautines (soldadores), un multímetro y algunos circuitos, así que toma una copa y una pila y nos lleva al lugar donde ofrecerá la entrevista.
Una gran historia
Mario Yankel ganó en 1985 la medalla de oro ‘Creaciones de los Jóvenes Inventores’, en la Exposición Internacional de Plovdiv (Bulgaria), por inventar una pila gelatinosa con una papaya.
Cuenta, mientras acomoda la pila, que desde niño sintió curiosidad por la electrónica, por el movimiento; tanto así, que disfruta de los temblores, pues asegura “Son fenómenos increíbles”.
Así, empezó a leer e investigar temas de física, química, electrónica y mecánica, llenó su cabeza de más información.
En una de sus lecturas nocturnas, en las que debía usar una lámpara y escuchar música en un radio de baterías, pues su padre se enojaba por el gasto de electricidad, llegó su invención.
“De tanto escuchar música se apagó el radio, se gastaron las pilas. Me fui para la cocina y serví un jugo de piña y mientras me lo tomaba dije: ‘Qué hago yo, estoy recargándome de energía, esto es energía’, así que tomé la pila, la destapé y con un gotero vertí unas gotas del jugo.
“Cuando me di cuenta, eso subió el voltaje, tomé unos libros, investigué qué era una pila y supe que eran hechas a base de carbón con electrodos catodianos. Tuve música como para cinco días”.
El entonces joven inventor comenzó a clasificar varias frutas. El limón no le sirvió porque al ser ácido dañaba los metales. Solo hasta que llegó a la papaya descubrió que es muy material casi alcalino y limpiaba los metales.
Como vivía en Bogotá, fue hasta Eveready y allí recibió un folleto y supo lo que era una pila Leclanché. Luego de informarse, informado mejoró su producto y creó una especie de gelatina; incluso, cuenta, puso una pila para que la pisara un carro y notó cómo salía una sustancia oscura.
“Pregunté a los profesores y me dijeron que era carbón, así que molí un poco y lo vertí a mi pila, pero no sirvió porque es muy diferente. Ya investigando me di cuenta que eso era negro de acetileno, un material muy volátil, absorbente, conductor de corriente y se mezcla con los dióxidos de manganeso y los cloruros para poder crear la pila. Estaba en cuarto de bachillerato y así gané la feria de la ciencia”.
Como se ganó durante tres años ese certamen, recibió una beca en la Universidad Javeriana y no dudó en estudiar electrónica.
El director de los laboratorios de química de ese entonces, Luis Felipe Mazuera, a quien le interesaba la investigación, le abrió las puertas y ahí fue cuando patentó en Colombia la pila. Debido al alto valor de la patente internacional, Carlos Arturo Marulanda financió el registro en Washington.
“Abrimos un laboratorio y comencé a crear una pila y resultó que la orgánica dura cinco veces más que la inventada por Leclanché. Me acuerdo que estaba en tercer semestre y me llamaron los Escobar, de Varta en Colombia; querían conocer la pila.
“Me fui con uno de los socios, Óscar Mejía Duque, un médico cirujano, pusimos dos pistas de tren y trajeron la pila más potente que tenían, sistema Leclanché. La de ellos dio 25 vueltas por minuto, la de nosotros 22, pero a la media hora la de ellos tenía 18 vueltas por minuto y la de nosotros tenía 20; duró cinco veces más la nuestra. Preguntaron el valor , dijimos, ‘no sabemos’, y respondieron que no tenían tanta plata”.
Su invención, cuenta Álvarez Segura, sirvió para que Luis Felipe Mazuera asistiera a una especialización en Alemania con Varta y le ofrecieron trabajar como químico: tanta fue su felicidad que lo invitó a almorzar, pero por la noche lo volvió a llamar para cancelar.
“Me dijo que no podía venir porque acababa de firmar papeles con Varta y le dijeron que si lo veían con Mario Yankel quedaba destituido”, recordó.
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