El lugar del pudor en el sexo

Imagen tomada de Internet.

Norma Bejarano. Psicóloga-Sexóloga

En tiempos de mercados y exposiciones, donde todo se hace explícito y fácil, el sexo se hace monótono. Por lo tanto, hacerle un guiño al pudor no nos viene nada mal. No en un sentido puritano sino como medio para reivindicar la humanidad, la intimidad; haciendo sólidos ciertos procesos sometiéndolos a análisis críticos, permitiendo que cuajen, que tomen forma, que se deseen o se eroticen. El pudor, para el pensador Jorge de los Santos, es el rasgo sustancial y capital de la conformación de humanidad del propio sujeto. Uno acaece como sujeto cuando aprende a ocultarse, a velarse, a enmascararse. Lo que hace el pudor es permitir que en esa conformación el sujeto pueda saberse social o público, pero también privado. Sin pudor la civilización sería absurda. Si no nos hubiésemos convertido en púdicos no sabríamos cumplir con ciertos órdenes de la vida comunitaria.

¿Qué pasa con el pudor en el sexo?

Dijo el escritor Stendhal, algo así como: ‘un exceso de pudor, o su aplicación rigurosa, hace que la gente que es sensible y muy tímida se aparte de las relaciones amorosas’.  El lugar dónde más se recurre al pudor es al del sexo. Por un lado, el pudor aflora junto a  los estándares sociales haciéndonos críticos extremos; espectadores, saboteadores y controladores de nuestro ser sexuado. El ego contribuye a la aparición del pudor. Un ego enorme pretendiendo ser políticamente correcto; guardando la imagen y la apariencia (que el sexo borra por instantes a través de olores, gemidos, sudores y despeluques), siempre echará mano del pudor.  Al desnudar (por ejemplo) el cuerpo, si este no casa con ciertas  expectativas deviene en nosotros ausencia de desinhibición y la caída del relato deseante. La advertencia de que algo se nos escapa, algo que no cumple las condiciones de la exterioridad, nos produce pudor, y esto se lo lleva mal con los requerimientos de una interacción sexual.

Por otro lado… No todo el pudor anula nuestras intenciones eróticas, o nuestra respuesta sexual. Para las cuestiones del deseo, resulta un gran alimento. Cuando dije que al sexo lo hace monótono tanta transparencia,  la falta de velo o misterios por descubrir, y ciertas distancias… es porque al sexo le gusta la sordidez de ciertos encuentros. Lo sicalíptico, es lo que necesita ese deseo para alimentarse de morbo. Si todo se expone, el morbo (la sal del sexo) desaparece. Aquí el pudor es un buen aliciente.

¡El pudor un factor distintivo!

En una de sus máximas, el filósofo Montesquieu, expresó que: “El pudor hay que saber vencerlo, pero nunca hay que perderlo”. Al querer promover una sociedad de vidrio, hipersexualizada, o ‘liberada’, en la que se niega la privacidad y se promociona lo público, se logra el despojo de todo lo que exige el erotismo para activarse, como: La ocultación, lo velado, lo íntimo. El pudor en la respuesta sexual es un factor decisivo, constituye una diferencia absoluta del ser sujeto (sexuado), respecto de la naturaleza de los animales. El pudor es una sensibilidad que permite al sujeto proteger sus deseos, sus ilusiones, y cultivarlos hasta la satisfacción o la plenitud. Esto es que, al no exhibirlo todo, resulta no sólo distintivo sino incentivo. Como dije antes, para el deseo, lo que se intenta transgredir, la resistencia que hay que vencer, lo que está por desvelar, nos lleva al erotismo. Parafraseando a Byung Chul Han, el sexo, no se desvanece tanto por la represión o la moral, se desvanece con mayor seguridad con lo porno, lo expuesto, lo inmediato.

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