¿Por qué no vivimos el erotismo?

En una sociedad hipersexualizada se disparan más imperativos de gozo que deseos. No vivimos el erotismo porque se mantiene un automatismo adquirido, un afán por copular”.

Norma Bejarano

Psicóloga-Sexóloga

El ritual amatorio de los cisnes es recíproco, curioso, cuidado, pausado. Está rodeado de cantos melodiosos, danzas, movimientos de cuello llamativos y al unísono; giros laterales y hundimiento de las cabezas varias veces en el agua. Ocurre en tiempo lento, a veces días hasta convertir el final en todo un proceso. Aunque es mágico presenciar esta ceremonia, para ellos debe ser algo absolutamente tranquilo, ausente de mirones; cualquier interrupción podría dañar el momento. Por lo que las aves “piden” a los “pornógrafos” y amantes del espectáculo mantener distancia y discreción. “Cuando el erotismo se vuelve algo de masas, se convierte en parodia del sexo”, palabras del filósofo Gilles Lipovestky. Quién también dice que lo evidente, líquida la profundidad de un espacio erótico, su misterio, su conexión, el ritual con el mundo de la transgresión. Cuando los ritos agonizan aumentan las prácticas narcisistas.

¿Dónde está el erotismo?

El erotismo es lo que gusta, lo que atrae de alguien. Es el deseo que surge entre dos sujetos; es la búsqueda de la otredad para poder ‘sereróticos’.  El erotismo no es estar ausente de ropas. Erotismo, es la promesa de que va a pasar algo. En ese lapso que ofrece, en esa lentitud, lo que nos erotiza es imaginar, proyectar. Nos aumenta la tensión y la excitación ese ‘todavía no haber visto’. Durante la espera surge la exaltación y con ella, la posibilidad de que se lleve a cabo (o no!). El erotismo está donde se le crea. Donde se le aguarda sin el empuje de la pulsión, la necesidad, el deber, el “tengo que”, o el goce. 

¿Dejar de lado a Eros?

Cuando vamos despacio podemos ponernos de acuerdo más de lo que parece. Sabremos lo que nos gusta. Con control y no desenfreno, entrega y resistencia el tránsito al encuentro tomará ritmo y armonía. Para Efigenio Amezúa, “Eros es el inspirador y el motor del ars amandi”. “Eros, el diosecillo alado de las flechas, sigue jugando: dispara, se esconde, y vuelve. No cesa (de estimular), de lanzar flechas: de suscitar ideas. Eros es un incitador”. Vivir el erotismo es dejarnos invitar por Eros permanentemente. Es posible y parafraseando al autor, que esta intención se haga excesivamente paradisíaca, pero no es ningún despropósito. Lo que nos apetece es esto: la incitación, el devenir y no las excitaciones rápidas, vertiginosas o urgentes.

¡No vivimos el erotismo!

La sociedad actual se valora en torno a la productividad, a la actividad, a la egolatría. Según el filósofo José Carlos Ruiz, se ha pasado al “yo soy yo, y yo mismo”. “se ha abandonado la contemplación, el deleite”. Se mira al otro de forma desconfiada y segmentada. El miedo al otro, y a que ese otro nos haga daño, patrocina  la apatía, la desconfianza, el narcisismo: aspectos rudos para el erotismo. 

Pero, lo contrario al miedo es la confianza y esta se manifiesta al darse un tiempo para crear lazos o vínculos, una disponibilidad para la entrega, y para otorgar hospitalidad, esto es que nuestros cuerpos se acojan y se den cobijo. Vivir el erotismo solicita encontrarse con alguien a gusto. En una sociedad hipersexualizada se disparan más imperativos de gozo que deseos. No vivimos el erotismo porque se mantiene un automatismo adquirido, un afán por copular. En la sociedad de la rapidez no se vive a Eros, porque este tiene la cualidad de saber esperar sin precipitarse. Sin embargo, la espera no es renunciar a la excitación, al contrario, esperar aumenta el deseo; llena de más intriga y emoción un encuentro.

El erotismo es lo que gusta, lo que atrae de alguien. Es el deseo que surge entre dos sujetos; es la búsqueda de la otredad para poder ‘sereróticos’”.  

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