EDWIN GUTIERRÉZ
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La chicha es una bebida ancestral que se prepara a base de maíz fermentado. Fue comercializada en establecimientos conocidos como chicherías durante la época colonial, hasta su prohibición definitiva el 2 de junio de 1948, mediante el decreto 1839, expedido por el presidente de la República, Mariano Ospina Pérez; dos meses después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
Chicha prohibida
En la época prehispánica la chicha se empleaba en la vida cotidiana y en celebraciones religiosas y agrarias que tenían lugar en los territorios indígenas. Era usada como bebida ceremonial, transfigurante y estimulante. Para esto, la preparación debía asegurar un alto grado de alcohol, de tal modo que produjera embriaguez.
El segundo uso que se le daba era la de servir como acompañante durante las comidas o como bebida habitual, pues se consideraba fuente importante de nutrientes y para este propósito debía tener un menor grado de fermentación.
La fabricación de la chicha era llevada a cabo principalmente por mujeres, aunque también solía participar toda la familia. Se reunían alrededor de un gran recipiente, tomaban un puñado de maíz en la boca, lo masticaban y luego lo arrojaban molido y húmedo. A través de la saliva, el almidón del maíz se transformaba en azúcar gracias a la Ptialina, sustancia indispensable para la fermentación.
Durante el siglo XVII se empezaron a preparar nuevas bebidas, entre esas, el aguardiente y el guarapo elaborado con jugo de caña, muy apetecido por los mestizos; sin embargo, la chicha no perdió vigencia y se convirtió en una bebida urbana y popular, que ya no era usada exclusivamente por los indígenas para sus ceremonias y fines chamánicos, sino que también era utilizada para recrearse y como alimento.
Según Adriana María Alzate Echeverri, en su artículo titulado La chicha: entre bálsamo y veneno. Contribución al estudio del vino amarillo en la región central del
Nuevo Reino de Granada, el consumo de esta bebida se extendió en La Nueva Granada durante el siglo XVIII.
En Santafé se popularizó a tal punto que se producían dos clases: la chicha dulce usada como alimento dentro de la dieta cotidiana, inclusive en familias acomodadas que acostumbraban servirla como acompañante de finas viandas, debido a su bajo nivel de alcohol; y la madurada, con efectos embriagantes que se vendía en chicherías aledañas a las plazas de mercado, frecuentadas por campesinos durante los fines de semana. A diferencia de la dulce, en esta era notable un mayor grado de alcohol, por lo que se empleaba con fines festivos y recreativos.
Asimismo, dice que también fue utilizada como remedio, esto según un recetario franciscano para los pobres, escrito en Santafé durante el siglo XVIII. Allí se señalaba que debía emplearse para tratar las diarreas, mezclada con “la verga del venado pelón”, y a falta de esta, con “el cuero de lagarto tostado y hecho polvos”.
La estigmatización de la chicha
Varios aspectos se consideraron a la hora de empezar a criticar y prohibir la bebida. Grupos de ilustrados y personas del Gobierno justificaron sus reparos afirmando que la chicha era causante de problemas de higiene y salud pública, alteración de la tranquilidad a través de riñas y delitos cometidos por personas que con antelación se reunían en las chicherías para embriagarse, al igual que amenazas contra la moral y las buenas costumbres. También se pensaba que los indios y labriegos que se emborrachaban, no eran responsables con sus trabajos y los dejaban tirados seducidos por la chicha.
De acuerdo con el artículo de Adriana María Alzate, el Gobierno temía que la embriaguez abriera espacios de discusión y desafío a la autoridad debido a que se consideraba que la excitación producida por el alcohol reforzaba el sentido de pertenencia a una colectividad, de ahí que se sospechara que al interior de las chicherías se planeaban conspiraciones y se ideaban nuevos proyectos políticos.
Leopoldo Villar Borda, en su artículo La agridulce historia de la chicha, señala que Pedro Ibáñez, estudioso de la bebida y quien hizo un recuento de las prohibiciones que empezaron: “en 1658 con el presidente de la Real Audiencia, Dionisio Pérez Manrique de Lara; en 1693, fue el arzobispo Urbina quien la vetó bajo pena de excomunión; en 1747, el arzobispo Azúa, apoyado en real cédula, y finalmente en 1949, el profesor y ministro Jorge Bejarano, campeón de la cruzada contra la chicha en los tiempos modernos. Esto sin contar por lo menos diez acuerdos en el mismo sentido dictados por el Concejo de Bogotá en el siglo pasado”.
El 9 de abril de 1948, luego del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, la turba enfurecida decidió quemar el tranvía, destruyó varios edificios del Gobierno, saqueó el comercio y dejo miles de muertos en las calles. La misma situación se vivió en muchos lugares del país a donde llegó rápidamente la noticia.
La frustración provocó que la gente, aprovechando el desorden, se emborrachara con finos tragos como whisky, coñac, brandy y champaña; que debido a su alto costo, siempre habían estado fuera del alcance de una ‘clase baja’ de origen indígena, considerada inferior debido a teorías absurdas de superioridad racial. Fue precisamente el consumo desenfrenado de licores importados lo que a la larga terminó por envalentonar aún más a la horda que acabó aquel día con la ciudad.
Apenas el Gobierno retomó el control de la situación, le atribuyó a la chicha la borrachera de los hombres que aquella tarde atacaron descontroladamente a Bogotá. De esta manera decidieron prohibir definitivamente la fabricación y consumo de la bebida en todo el territorio nacional. La Policía desplegó operativos en los barrios del centro y oriente de Bogotá donde estaban ubicadas las chicherías con el fin de decomisar los barriles y demás implementos utilizados para su elaboración.
Aparición de la cerveza
La lucha por erradicar el consumo de chicha tardó bastante tiempo, pues pese a la prohibición y redadas de las autoridades, su consumo continuó en zonas periféricas clandestinas. El consumo de cerveza y whisky fue presentado como símbolo de modernización y civilización mientras que el consumo de chicha era asociado con la inmundicia y la inferioridad racial.
Al propósito de desacreditar la bebida ancestral contribuyeron periodistas, higienistas y la industria cervecera, que necesitaba desestimular su consumo para poder posicionar la bebida a base de cebada como la nueva alternativa para la embriaguez. Según estudios de la época, la chicha embrutecía, degradaba al ser humano física y moralmente al tiempo que también lo volvía violento e irracional.
Así las cosas, con una campaña de desprestigio liderada por varios sectores, incluida la naciente industria cervecera, el 2 de junio de 1948 el gobierno de Mariano Ospina Pérez oficializó el decreto 1839 que prohibía la fabricación y expendio, en condiciones masivas, de la chicha y el guarapo.
El decreto decía: «Es un hecho de notoria observación, confirmado por los médicos legistas, que en los departamentos donde se consumen bebidas alcohólicas cuya fabricación no está sometida a reglas higiénicas y técnicas y cuyo alto grado de toxicidad y contenido alcohólico, las hacen eminentemente peligrosas, la criminalidad, las manifestaciones mentales y la frecuencia de sucesos de carácter político son de más impresionante ocurrencia».
Pese a todas las prohibiciones, la chicha nunca dejó de existir y los problemas que se le atribuyeron en su momento jamás desaparecieron, pues como dice el historiador Bogotano Juan Carlos Flórez: “El problema de fondo no estaba en la chicha ni en las condiciones antihigiénicas de su elaboración. Era en la ausencia de reformismo social, y no en el chichismo, donde se originaban buena parte de los males del pueblo”.
DATO: En varios municipios del sur del Tolima la chicha sigue siendo una bebida de consumo popular.
Con la prohibición de la chicha, apareció la cerveza como bebida embriagante en zonas urbanas y rurales.
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