Norma Bejarano
Psicóloga-Sexóloga
En plena conferencia semestral de padres e hijos, un personaje con cierto tufillo de moral alzó la voz contra el ponente y dijo, “no entiendo como hablan de sexo en una charla sobre afectividad; a los chicos hay que evitar hablarles de sexo, para que no piensen en eso ni se animen a hacer cosas, porque el sexo es peligroso”.
¿Es el sexo un peligro?
Por peligroso entendemos algo que puede causar daño al cuerpo y la mente. Es la contingencia inminente de que suceda algo malo. Decir que el sexo es perjudicial es pésima estrategia de difusión y persuasión que desdibuja la sexualidad. El sexo ¡es! no es un peligro, es un valor o un potencial que contribuye a desplegar lo humano. Los ‘maléficos’ son los sujetos acríticos que ponen en él, el peso de sus analfabetismos y temores, y su falta de discernimiento entre la información legítima de la no útil.
No vale la pena distraer, preocupar, engañar, o anestesiar más a las personas con creencias infundadas y sostenidas en el tiempo sobre la sexualidad, o seguiremos experimentando los fenómenos que a diario nos indignan en los medios como abusos, agresiones, violencias y demás conductas ‘erráticas’.
¿Para qué la educación sexual?
Se educa en sexualidad con el fin de abordar temas que van a contribuir, disponer, capacitar, formar, o preparar a las personas afectiva e intelectualmente frente a esta, que no a predisponerlas o convencerlas.
También para que se reconozca la sexualidad como esa dimensión esencial que influye en las otras esferas de la vida y que merece ser valorada y promovida de manera plena y segura durante todo el ciclo vital. Se divulga educación sexual para generar, entre otras cosas, un proyecto de vida guiado por afectos, respeto, igualdad, empatía, responsabilidad, comunicación; intentando ser éticos procurando el bien antes que el mal a los demás.
Se educa en materia fijando bases para que cada quien edifique y construya experiencias sexuales satisfactorias tomadas bajo decisiones, plenas, conscientes, autónomas, y saludables.
¡Pensar el sexo!
El único peligro de pensar el sexo es para el que se beneficia de la ignorancia y el control del otro. Pensar es asombrarse desde la actitud más limpia y desprejuiciada frente a algo desconocido, o que creíamos amenazante. Es enterarse e interesarse en todo lo sexual, entendiendo y reflexionando para ser más conscientes.
Cuando el sexo se piensa, los seres humanos avanzan, y son libres! No es lo mismo pensar en el sexo (llenos de aprensiones), que pensar el sexo. Para muchas personas pensar en sexo se les convierte en un tema intenso; varias veces me escriben ¿pienso en sexo más de la cuenta, soy pervertida? ¿cómo hago para dejar de pensar en sexo? ¿es normal pensar en sexo? Y demás cuestiones generalmente asociadas a imágenes, fantasías, deseos, genitales, prácticas, fetiches, etcétera. Para gozarse esas y muchas otras ideas con soltura, viene bien el ejercicio de pensar el sexo. Esto ayuda a poner la casa (la mente) y las cosas en orden, desechar las sospechas, y abonar los juicios.
Pensar el sexo es poner en duda lo dado. La educación sexual nos ayuda a formular preguntas con claridad, para evaluar datos válidos frente a los vanos, y así sacar conclusiones con criterios relevantes.
La educación sexual no es una fábrica de perversiones para repartir. Tampoco una figura que lleve a los sujetos a su deterioro moral, ni ofrece entradas a las corruptelas humanas.
«Pensar el sexo es poner en duda lo dado. La educación sexual nos ayuda a formular preguntas con claridad, para evaluar datos válidos frente a los vanos, y así sacar conclusiones con criterios relevantes”.
«Decir que el sexo es perjudicial es pésima estrategia de difusión y persuasión que desdibuja la sexualidad. El sexo ¡es! no es un peligro, es un valor o un potencial que contribuye a desplegar lo humano”.