Norma Bejarano. Psicóloga-Sexóloga
En su naturaleza exploratoria lo primero que se encuentran los niños o adolescentes al buscar por Internet la palabra porno, es a tres hombres eyaculando apoteósicamente en la cara de una mujer, penetrándose por todos los orificios corporales, tirándose del pelo o asfixiándose, entre otras ‘dramaturgias’, situación muchas veces traumática para esos curiosos espectadores y por ende para sus padres.
El porno, generalmente frenético o desenfrenado, lo empiezan a ver los niños alrededor de los nueve y 12 años, incluso antes de dar su primer beso. Que los hijos vean porno, es una realidad, pero si no se educan en la materia, será una pobre manera de iniciar su formación en sexualidad. Un niño puede resentirse frente a esas fuertes escenas porque está en pleno desarrollo físico y mental. Su capacidad cognitiva colapsa ante el repentino acto «bárbaro», y mucho más si tiene en su cabeza la fábula de la abejita y la flor, las memorias de la clase de biología y religión, o las corticas charlas familiares sobre cómo vino al mundo.
¡Una parte no es el todo!
Infortunadamente se suele tomar a la pornografia como el todo del sexo, por ende, es la espina en el dedo de muchos padres al irrumpir en la habitación y descubrir a su hijo/a con la imagen en pantalla. Tras el rugido, la desconexión del aparato tecnológico, y el reproche, no llega nada. Censurarle a los hijos el porno no es la solución si no hay un argumento, un diálogo inteligente que permita exponer ideas, por ejemplo, por qué no es conveniente para sus edades, o cómo les afecta lo que están viendo en esas escenas. Lo malo del porno no es el sexo en exceso, sino que eso no es el sexo en sí.
La pornografía parcializa lo que es una relación sexual, mediante un modelo hiperbólico, estandarizador que se enfoca en procedimientos, intensidad, rendimientos, figuras gimnasticas, y el perpetuo prototipo de sexualidad masculina, así haya ahora otras opciones.
A los hijos se les debe ilustrar que en la vida real el sexo no son solo penes y vaginas en batalla; el sexo es desear, comunicar, explorar, jugar, interactuar, conocer, expresar, sentir, consentir, compartir, degustar, disfrutar, respetar, crecer, etcétera. En cambio el porno como mera desnudez y genitales, es una exhibición que estimula, pero que carece de expresión, de narración y otras simpatías; es ‘propaganda’ excitatoria que enseña, pero enseña distorsionadamente.
¡Hablar de porno también es hacer educación sexual!
Los dogmatismos ahogan las ideas, o la posibilidad de hablar de ellas. Si la gente se queda en el prejuicio y el concepto de sexo visto desde la pornografía, tendrán asegurada una decepción, porque entonces hablar de relaciones sexuales será una simple cuestión de humedades, gemidos, penes súper erectos, vulvas, y vaginas blanqueadas. Ver porno, es estimulante en ciertos momentos de la vida adulta, pero nunca debe ser un referente para entender ni educar sobre sexo ni sexualidad.
Hablar de pornografía con los chicos es más efectivo, porque abre el debate y la entrada al análisis crítico. Explicarles que el porno son películas hechas de adultos para adultos, cargadas de ficción y efectos especiales, representaciones desprovistas de afectos y comunicación, donde generalmente hay machismo, estereotipos, gestos homogeneizados y en algunas, violencia, permitirán la reflexión.
La educación sexual es hablar de ética. Es una herramienta para desarrollar el valor como ser sexuado; incentiva la capacidad de pensar, sentir, y actuar de forma racional, constructiva, autónoma, creativa, generando otras nociones y comportamientos, que produzcan más satisfacción que frustración, más placer que angustia.
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“Que los hijos vean porno, es una realidad, pero si no se educan en la materia, será una pobre manera de iniciar su formación en sexualidad”.