Ni sátiros ni ninfómanas (sobre la ‘adicción’ al sexo)

Cuando se suman al haber erótico diversos ‘escándalos’, encuentros y una ingente cantidad de parejas, alguien por ahí culpa a la adicción. El rey salomón, el rey David, Cleopatra, María Antonieta de Austria, John Edwards, Britney Spears, Michael Douglas, y otros famosos/as, aunque también personajes impopulares han sido (auto) etiquetados de manera descuidada como ‘adictos y adictas al sexo’. 

Seguramente se preguntarán, por qué alguien puede tener todo tipo de encuentros sexuales con varias personas, ‘varias’ veces al día. Por muchas razones, cada conducta está determinada por factores, en principio biológicos, psicológicos y sociales.  Sin embargo, llamar ‘adicto al sexo’ a alguien porque es entusiasta del mismo, por la selecta colección de amantes, porque paga por servicios sexuales, o le gusta el sexo más que al estadista o al terapeuta de turno que evalúa, es tasar de manera facilista una conducta. Ni sátiros ni ninfómanas. Que alguien desee en grande, no le hace maníaco ni merecedor de tan peyorativo y mitológico título. No hay que catalogar de ninfómanas (término en desuso) a las mujeres con conductas sexuales activas o que les gusta mucho el sexo. Ni de sátiros a aquellos hombres con apertura y gusto por diversas actividades sexuales. Antiguamente hombres y mujeres eran calificados con ninfomanía y satiromanía por sus apetitos sicalípticos. Actualmente a las personas sibaritas de las eróticas se les denomina ‘hipersexuales’, que no rayaran seguramente el trastorno o la compulsión si atienden bien sus llamados libidinosos, es decir, que sus deseos no se vuelvan algo obsesivo ni incontrolable. 

¿Existe esta adicción? 

La locución mantiene el debate con detractores y partidarios. Los opositores aducen que la ‘adicción al sexo’ se debe más bien a un término popular adoptado por diversos medios de comunicación y a las clínicas de alto turmequé que se escudan en el tema para ‘socorrer’ a las ‘estrellas’. También a quienes en nombre del sexo le dan la espalda a sus problemas de autocontrol, narcisismo, a la falta de habilidades éticas, a su pésima gestión emocional, a los conflictos de poder, al asomo de la sociopatía, etcétera. Hasta el momento no existe la expresión “adicción al sexo” en los manuales de enfermedades mentales, pero si registran como categorías diagnósticas: el trastorno por hipersexualidad (THS), o el comportamiento sexual compulsivo (CSC).

¿Cuando  se vuelve problemática? 

Para que alguien reciba un dictamen acorde, no como adicto, pero si por un trastorno o una compulsión relacionada con lo sexual, es porque quizá ha mandado todo a la porra por sus pulsiones lúbricas y experimenta tal sufrimiento que llega a admitir la situación. El registro debe ser específico en diversas variables clínicas y sentires propios; como que la conducta sexual ha creado una prisión y es difícil salir de ahí. Que no es el placer o lo lúdico lo que lo conduce a repetir el encuentro sino el miedo a la abstinencia. Persistencia de malestar, zozobra, ansiedad, culpa y arrepentimiento. Deterioro de esferas de la vida como trabajo, familia, lo social y  económico. El  sexo en sus diversas presentaciones se volvió prioridad y obsesión. Asumir riesgos innecesarios con falta a la ética y sentido común, lindando el código penal. No llevar a cabo el acto es toda una tortura, etc. Así las cosas, ¿cree usted que los personajes mencionados al inicio eran adictos al sexo? muchos en su hipersexualidad pudieron gobernar, actuar, opinar, manejar sus fortunas, mantener su imagen y demás. Ya ven, que no hay que confundir el hambre con las ganas de comer. 

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